EL martes ha convocado Mariano Rajoy una reunión del comité ejecutivo nacional del Partido Popular. "Los militantes del PP y los cargos electos tendrán una respuesta a lo que están pensando: voy a hablar del respeto debido a la militancia", ha dicho el presidente, avisando de que santo Job sólo ha habido uno en la Historia. Vamos, que su paciencia se ha agotado.

Era hora de que se le agotara si no quiere ser conocido como lo que en Cádiz llamarían el gran juancojones de la derecha. Se ha pasado tanto de irresoluto y dubitativo que hasta cuando decidió, por fin, responder al desafío de Ricardo Costa de seguir considerándose secretario general del PP valenciano y decretó su suspensión de militancia algunos de los suyos le han afeado que no haya adoptado también medidas contra Manuel Cobo, el vicealcalde de Madrid.

Quizás ha comprendido ya que lo que está en juego es su propio liderazgo. No por casualidad la nómina de los que últimamente han salido a la palestra para criticarlo, de forma abierta o solapada, coincide bastante con la que le puso en cuestión antes del congreso que le ratificó hace año y medio. El ex ministro Juan Costa, que respira por la herida de su hermano y por la propia (amagó con presentarle entonces una candidatura alternativa y tuvo que renunciar por falta de apoyo), es quien ahora cuestiona que Rajoy sea una alternativa a los socialistas. José María Aznar, que siempre anda detrás de estos manejos, echa de menos que en el PP haya un proyecto y no varios, y un líder, y no varios. Y no digamos Esperanza Aguirre, que posa con cara de no haber roto un plato mientras hace todo lo posible por la caída de Rajoy y su sustitución por ella misma. ¿Quién más que ella desobedece la decisión de Mariano de colocar al frente de Caja Madrid a Rodrigo Rato defendiendo a un candidato obviamente peor, pero de su entera confianza, como Ignacio González?

Para abortar la conjura de los que querían impedir su reelección en 2008 -ojo, con razones poderosas: ya había perdido dos veces ante Zapatero- Rajoy se basó en el respaldo de tres barones territoriales (Camps, Arenas y Feijóo) y el asentimiento de una militancia harta de conspiraciones cortesanas y deseosa de certezas y sosiego. Ahora Camps no le va a ser de mucha ayuda, sino todo lo contrario, pero los otros vectores siguen de su parte. Si el martes da el zapatazo, sanciona a Cobo, confirma a Rato como opción que no se discute y cercena las ambiciones de Aguirre instándola a que promueva un congreso extraordinario o se calle y sea leal, quizás se consolide.

Si sigue contemporizando y abonado al juancojonismo que ya parece en él una segunda naturaleza, de tanto como lo ha practicado, la paciencia la van a perder los militantes del PP y los ciudadanos.

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