La paciente ciudadanía

Posiblemente ya nos están pesando las licencias y alegrías que nos hemos permitido en Navidad

Posiblemente ya nos están pesando las licencias y alegrías que en los días de Navidad nos hemos permitido. Y los responsables que autorizaron e incluso animaron a participar de esta falsa tregua también andarán arrepentidos de su actitud permisiva. Aunque se veía venir, era difícil resistirse a negar este respiro social, que además suponía un balón de oxígeno para la maltrecha economía. Son momentos duros para tomar decisiones porque cada prohibición representa mayor seguridad, pero también puede conllevar la condena de muchas personas a la intranquilidad del desempleo o a la tragedia de la quiebra. Por eso, salvo para la oposición, que siempre tiene la fórmula infalible, es tan difícil acertar con el punto de equilibrio. Y la ciudadanía paciente y razonable puede llegar a entenderlo.

La angustia de volver a los errores del pasado se atenúan porque la vacuna, en sus diferentes formas, es un hecho que científicos y autoridades nos presentan como el deseado principio del final de la pesadilla. Pero a la hora de hacer realidad las promesas se ha visto como los ritmos de vacunación anunciados se incumplían y lo que iba a ser una estudiada campaña de milimétrica ejecución se ha llenado de retrasos, aplazamientos e incumplimientos. Los imprevistos, la falta de personal o la acumulación de días festivos han sido de nuevo las razones que las autoridades han argumentado para explicar sus desaciertos. Y la paciente ciudadanía está dispuesta a comprender o al menos a justificar tanto error y tanto incumplimiento, si pronto se alcanza el ritmo previsto. Pero lo que colma el vaso de esta paciente ciudadanía es este afán continuado de buscar confrontación política y conflictos artificiales donde debería haber esfuerzo y colaboración. No es admisible plantear discriminaciones inexistentes sobre el número de vacunas a distribuir cuando aún no se había iniciado el reparto. Resulta indignante seguir reclamando mas unidades cuando se ha demostrado la incapacidad para dar el uso previsto a las que se recibían. Este interés en politizar y crispar la situación es lo que la paciente y responsable ciudadanía no comprende ni acepta. Plantear reivindicaciones desproporcionadas o eludir responsabilidades propias para desgastar al oponente es una actitud imperdonable. No se discute la legitimidad de los gobiernos autonómicos para ejercer sus responsabilidades, pero hay que empezar a dudar de la capacidad política de alguno de sus mandatarios.

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