Sobre pactos

Una necesidad aprobada por una amplia representación política y social se ha visto sustituida por un acuerdo ridículo e innecesario

Sin salirnos de la historia reciente, estaban los Pactos de la Moncloa, formalizados en octubre del 77, el Pacto del capó, donde Tejero firmó su rendición, en la mañana del 24 de febrero de 1981, y ahora tenemos ya, para los anales celtíberos del nuevo milenio, este pacto que el Gobierno ha cerrado con Bildu, aunque luego resultó que no, pero sí, y que podríamos llamar el Pacto de la Herriko Taberna, dada la escasez de participantes y la procedencia de uno de sus promotores. En sí mismo, el contenido del pacto no arroja novedad alguna. Y tampoco en cuanto a la identidad del socio, que había participado ya en la moción de censura que llevó al señor Sánchez al Gobierno. Sin embargo, cabe decir algo sobre el sentido de la oportunidad del señor Sánchez; y también, cómo no, sobre su particular entendimiento de la visión de Estado.

Cuenta Oliart en sus memorias que, cuando se negoció el estatuto vasco del 79, Abril Martorell impuso reuniones nocturnas, con el fin de que el cansancio propiciara los acuerdos. Y cuenta también cómo Carrillo, ¡¡pobre iluso!!, pensaba que los Pactos de la Moncloa habían sido posibles gracias a la lejanía insalvable de la Guerra Civil, ocurrida cuatro décadas antes. Todo este follón (conciliar lo dispar, aglutinar los distintos intereses del país), se lo ha ahorrado Sánchez pactando con un solo interlocutor y dejando a los agentes sociales en una indocta y beatífica ignorancia. No parece, por otra parte, que el momento sea el más oportuno para tales empresas, dada la incertidumbre que atenaza a la economía española. Pero el mayor misterio es la celérica merma de expectativas que se ha impuesto el propio presidente. Si hace unas semanas era un lugar común hablar sobre la necesidad y la urgencia de unos nuevos Pactos de la Moncloa, a lo más que ha sabido llegar el Gobierno es a otra promesa de concesiones y gabelas para el País Vasco, con la vista puesta en las elecciones. O sea, en el derrocamiento del PNV. Y ello no mediando necesidad alguna.

Salvo sorpresa, eso es todo lo que cabe esperar del Gobierno en cuanto a visión de Estado. Ni siquiera los sindicatos fueron llamados a consulta, quizá para que no les señalaran la inconveniencia del pacto. De este modo tan pintoresco, pues, una necesidad aprobada por una amplia representación política y social, se ha visto sustituida por un acuerdo ridículo e innecesario. Un acuerdo cuyo fruto, cuya ventaja, cuya razón de ser, no parece otra que la de barnizar y calafatear el galeón corsario de Bildu.

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