calle larios

Pablo Bujalance

Una palabra sobre ellas

Pongámonos polémicos: ¿Tiene sentido celebrar de manera excepcional un Día Internacional de la Mujer? Por si acaso, aquí van algunas reflexiones urbanas y próximas, seguramente inútiles

CONVIENE partir de una advertencia preliminar: los artículos sobre mujeres escritos por hombres me parecen, en su mayoría, ridículos. Pero mi tendencia enfermiza a complicarme la vida (de entrada, el titular que he puesto ahí arriba me parece igual de ridículo, pero no se me ocurre ninguno mejor: aquí vamos a hablar de evidencias y axiomas y eso muchas veces conduce al perogrullo y al arquetipo, lo cual, claro, no justifica los tópicos) me invita a aprovechar la coincidencia del Día Internacional de la Mujer y apuntar algunas cuestiones al respecto. Admito que soy contrario a cualquier tipo de excepción, y mucho más en cuestiones de género. Pero a la vez comprendo que a veces las excepciones son necesarias. Manuela y yo coincidimos en lo poco que nos gustan las políticas paritarias establecidas en cuanto a porcentajes, pero nos cuesta mucho encontrar estrategias más eficaces a la hora de garantizar la igualdad en determinados ámbitos, que no son pocos. La efeméride de hoy sigue siendo oportuna porque existen injusticias latentes en cuanto a oportunidades que siguen sin estar resueltas: los ámbitos de decisiones elevadas continúan aún en su mayoría en manos masculinas y lo que tiene que demostrar una mujer para acceder a determinados puestos es todavía mucho más. En situaciones delicadas como la crisis económica, la mujer se convierte a menudo en objeto de exclusión social al disponer de menos instrumentos para optar a las mismas posibilidades. A ninguna de las mujeres que cuento entre mis amigas (me enorgullezco de ellas, qué quieren que les diga) le gustaría ascender en una determinada trayectoria profesional por una mera cuestión de equilibrio. Creo que a mí tampoco me gustaría. Pero me han tocado de cerca algunos casos en los que una política precisa habría evitado situaciones criticables desde la más mínima consideración ética. De modo que sí, lo importante es preservar y promover el talento, pero tanto ha perdurado el desastre que todavía hay que subrayar lo que en un mundo civilizado pasaría por proposición lógica. Lo bueno será celebrar el Día de la Mujer cualquier fecha, cuando no haga falta.

El curso pasado, Manuela, que es profesora, se fue a trabajar a un instituto a Guadix. Eso me dejó la responsabilidad directa de nuestra hija Irene y de la casa de lunes a viernes a manos llenas, con la necesaria complementariedad con el horario laboral. Es curioso, porque antes de que Irene empezara a ir al colegio se había dado la misma situación pero entonces la niña se había ido a vivir con su madre, y a todo el mundo esta decisión le había parecido la más natural. Pero cuando muchos, hombres y mujeres, supieron que ahora me las tenía que apañar solo para desempeñar todas las tareas domésticas y paternales, no dudaban en preguntarme: "¿Y cómo te las apañas?" No faltaron gestos de asombro ni expresiones del tipo "es que eso no es nada normal". Yo siempre había visto el asunto del reparto de las responsabilidades del hogar un poco de lejos, sin traumas: lo razonable era que quien pasara más tiempo en la casa se dedicara más a ella, y punto. Pero tanta sorpresa por algo que mi familia vivía como la mejor respuesta a las circunstancias (una separación forzosa entraña siempre retos mucho más graves) me llevó a admitir que sí, que en esto del día a día existe una cultura poderosa e inquebrantable que exime a los hombres del fango, bien por privilegiados, bien por incapaces. Todavía me sorprende que, al contrario que en las responsabilidades teóricamente más influyentes, el varón constituya aquí la excepción; y me intriga, confieso, la poca disposición de la gente a hablar de ello.

Hace ya unos cuantos años participé en una investigación puesta en marcha en la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA sobre el lenguaje empleado en los libros de texto de la ESO en clave de género. La conclusión a la que llegamos es que, más allá del uso de un vocabulario y una gramática más o menos sexista, la exposición de los contenidos tendía a obviar el mundo de las mujeres, su singularidad, su interpretación de la realidad, su atribución de significados, su cultura. Ese mundo existe. Doy fe: vivo con dos mujeres, he crecido con una madre y una hermana, he disfrutado de la compañía y la conversación de compañeras y amigas y he aprendido mucho, o al menos bastante, de esa particularidad. No es un mundo mejor ni peor que cualquier otro, pero sí lo suficientemente rico como aportar soluciones a ciertos problemas urgentes. Obviarlo y hacer como que no existe es un error en el que incurren hombres y mujeres. Yo no pienso perdérmelo, qué quieren que les diga: las mujeres me gustan demasiado.

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