La pandemia del Centro

Estos días las noticias gravitan entre el coronavirus y los proyectos que se hacen eternos en la ciudad

Estos días de sequía informativa, las noticias gravitan entre el monotema del coronavirus y la evolución de los proyectos que se hacen eternos en la ciudad. Lo que es una oportunidad para reflexionar sobre su idoneidad a la vista de la experiencia de esta crisis sanitaria y económica.

El cambio a hotel o viviendas del edificio de Correos está condicionado a la recalificación como equipamiento de otros 17.000 m2 de techo residencial. Se trata de cumplir con los mínimos que fija el Reglamento de Planeamiento y no saltarse la ley con un cambio sin más. Otra cosa es que el reglamento vigente en Andalucía sea el mismo que en 1978 desarrollaba la Ley del Suelo estatal de 1975, sin que la posterior legislación autonómica haya sido capaz de reflexionar sobre su vigencia. Y no porque el cambio de modelo estatal necesite 19 reglamentos diferentes, sino porque el chequeo de 42 años de aplicación debería servir para valorar si las reservas de suelo previstas han resultado las adecuadas. En esta encrucijada, donde nadie conoce las verdaderas intenciones del inversor israelí y solo sabemos que esto ya lo sabíamos todos (incluido él) antes de que comprara el edificio, hay quien apuesta por la implantación de un nuevo hotel. Se trata de paliar el déficit de camas que padece la ciudad, que hoy permanecen medio vacías, en un centro desierto que hay que llenar de malagueños pagándoles el autobús y la entrada a los museos. Un modelo de desarrollo urbano funcionalista, propio de los años 30, que relega al centro histórico a un uso turístico con una escasa capacidad de resiliencia.

Una de las lecciones que se desprenden del confinamiento pasado es la necesidad de espacios públicos de calidad. Cuando los malagueños pudimos salir unas horas al día a la calle, salimos como locos y los 10 km de paseo marítimo se llenaron hasta la bandera. La ocupación en la zona este no estaba justificada por la densidad de población de los barrios limítrofes y las calles de los alrededores recogían coches de vecinos de otros barrios que se habían acercado a gastar allí sus dos horas de paseo. Mientras, el centro histórico permanecía vacío. Los bares estaban cerrados, como en el paseo marítimo, y no había nada que hacer. Pero también eran pocos a los que les apetecía deambular por un trozo de ciudad desierta. La noche del viernes pasado, ya era otra cosa. Casi como antes y hasta que nos vuelvan a encerrar.

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