Hay quien aprovechará el nuevo marco sanitario para quitarse la mascarilla. Pero hay quien no podrá quitarse su máscara del día a día. Ahora que la crecida de la pandemia amaina, que se bate en retirada tras año y medio de nuestras vidas secuestrado, el mar de la normalidad comenzará a devolvernos muchas de las miserias que se nos quedaron entre paréntesis. Aquellos fantasmas diarios a los que cargábamos la mochila de nuestros lamentos antes de que el coronavirus se convirtiera en el sujeto de todas las frases.

Para algunos será polvo metido bajo la alfombra. Para otros, reconstruir una casa que este tornado vírico asoló. Para la mayoría, seguramente supondrá un engorro temporal de la dimensión de un cambio de ropa del armario o la limpieza del trastero, acaso de una mudanza. Algunos afortunados solo habrán perdido tiempo. Pero a todos, de algún modo, nos tocará retomar el calendario que se quedó atrapado en la hoja del 14 de marzo. Cuando el tic tac comenzó a sonar de manera distinta en nuestras cabezas.

Como un perro que aguarda a su dueño, nos pedirán explicaciones, puede que con intereses, esos proyectos parados que ahora, sin el traje de la pandemia, dejan al desnudo nuestra pereza. Las visitas a aquellos familiares o amigos con los que nunca supimos romper cadenas y con los que ya no nos vale la inmunidad de excusa que nos ofrecía la distancia de seguridad. Recompartir oficina con aquellos babosos o de moral halitósica a los que el teletrabajo había convertido en un mal recuerdo en doble fila. Los funerales aplazados de antinatural llanto regurgitado solicitarán su acuse de recibo, como si no fueran ya suficientes los domingos que traen tenebrosas tardes de soledad.

Por suerte, también volverán las lunas que se han quedado sin alumbrar romances prohibidos y los poemas que se escriben con los dedos en los lunares de espaldas desnudas. Las orillas dispuestas a guardar los secretos que la noche alimenta. Abrazos más reconfortantes que cualquier aplauso de azotea. Los pasos infantiles por parques y paseos que recobrarán su banda sonora del bullicio. Las mesas repletas de vasos y besos. La acepción más cálida de la palabra multitud.

Tiempo hemos tenido de sobra para haber tomado la decisión de qué ofrecer cuando jubilemos la mascarilla definitivamente: si una sonrisa ávida de volver a las calles o cualquier torpe mueca decidida a seguir en crisis, la de nuestras pandemias de todos los días.

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