¿A papá o a mamá?

Un valor que también hay que conservar es la configuración espacial de la Plaza de la Merced

Acabamos de descubrir lo que sospechábamos: bajo el antiguo cine Astoria están las tumbas que los cristianos colocaron encima de los musulmanes que expulsaron, quienes a su vez se afincaron sobre los romanos que siglos antes estaban allí. Lo normal en una ciudad con 2.800 de años de historia y, sin duda, un hallazgo cultural que no pude entrar en contradicción con el valor patrimonial del espacio cerrado de la limítrofe plaza de la Merced.

La multiplicación hasta el infinito de la capacidad de fotografiar con un móvil cualquier esquina de una ciudad ha consolidado la valoración exclusiva de la arquitectura, y por ende el urbanismo, en función de su belleza plástica. Como si de un cuadro se tratara. Sin pararse a pensar que la esencia diferenciadora entre estas disciplinas y la pintura radica en la capacidad de generar unas experiencias espaciales que les están vetada a la segunda y a cuya percepción renunciamos cuando nos transformamos en turistas japoneses. Nuestro patrimonio cultural no solo está compuesto por edificios, o restos de estos, que se valoran desde una concepción fachadista de la arquitectura. También lo constituye el conjunto de espacios urbanos que responden a las diferentes formas de entender la ciudad a lo largo de la historia y cuya desaparición supone la pérdida de un bien tan valioso como puede ser la de los propios edificios que los configuran. En este sentido la dicotomía abierta entre restos arqueológicos o nuevo edificio cerrando la plaza es un error del calibre de ¿a quién quieres más, a papá o a mamá?

Los arqueólogos deberán valorar objetivamente los hallazgos encontrados y, posteriormente, condicionar el proyecto a la preservación y puesta en valor de aquello que deba conservarse. No será el primer ni el último caso. Porque, el otro valor que también hay que preservar es la configuración espacial de una plaza única en la ciudad, que ya fue mutilada con la última actuación sobre su pavimento perimetral. Otra cosa es que la idea de un nuevo edificio destinado a la hostelería no levante pasiones y que sin la construcción del sótano para un auditorio o aparcamientos no le cuadren los números al inversor privado, sujeto a las condiciones impuestas por un ayuntamiento que no terminó de valorar adecuadamente la aventura económica en la que se metía. Pero aquí ya no discutimos qué tenemos que preservar y es bueno que no mezclemos las cosas.

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