La parte y el todo

Daba la impresión de que ante el vocerío reinante, el Gobierno adoptó por el enroque como táctica

Si el pleno del Congreso de los Diputados es el reflejo del ambiente general del país, después de la sesión plenaria de esta semana podríamos pensar que España está al borde de la combustión o del naufragio. El esfuerzo de Pablo Casado para encontrar una cadencia de insultos encadenados en una sola intervención dio como resultado una de las intervenciones parlamentarias más insultantes y vociferantes que se recuerdan. Se puede decir que el líder del PP se superó a sí mismo y, en su afán de unificar a toda la derecha patria, el miércoles consiguió al menos diluir al portavoz de Vox; y eso que este último no alteró su habitual dialéctica agresiva de tachar al Gobierno de asesino y criminal. Así fue el nivel.

El riesgo de esta vociferante sesión es que el Ejecutivo confunda la parte con el todo y crea que esta agresividad es el reflejo del ambiente existente y que su actividad gubernamental está rodeada de una animadversión generalizada y, por tanto, es inútil el esfuerzo que supone intentar convencer a quien en absoluto tiene intención de ser convencido. Y esa es, en parte, la sensación que planeó por el salón de plenos. Daba la impresión de que ante el vocerío reinante, el Gobierno adoptó por el enroque como táctica parlamentaria y renunció de antemano a tratar de disuadir a otros grupos políticos que en diversas y frecuentes ocasiones le han prestado su apoyo. Anunciar la voluntad del Gobierno de no prorrogar el estado de alarma si no se alteran las actuales perspectivas de contagios es una decisión que requeriría mayores explicaciones y precisiones ante una sociedad que sigue atenazada por el miedo que esta pandemia ha generado. Es cierto que puede resultar molesto ver cómo comunidades autónomas que antes criticaron con virulencia la decisión gubernamental, ahora soliciten su prórroga. También es difícil encajar la pretensión de la oposición de improvisar una nueva ley para autorizar lo que la actual ya permite, pero rechazar esta propuesta requiere alguna aclaración más que la de reiterar que existen suficientes medidas para combatir la pandemia en manos de las comunidades, cuando algunas de ellas, y sin más ánimo que la mejora de la gestión, lo ponen en duda.

El riesgo de esta asfixiante atmósfera política es que al final no se acierte a distinguir entre el rifirrafe parlamentario orquestado por la derecha extrema de los interrogantes que legítimamente parte de la sociedad se puede plantear y que requeriría un mayor razonamiento.

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