Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Sin pasaporte no hay paraíso

Enseñar una acreditación para tomar café en la esquina parece de película de Costa Gavras

El establecimiento tiene de caribeño solamente el nombre. Allí no se oye reggae -y menos a su hijo descarriado, el reggaetón-; tampoco se pueden fumar liadillos que relajan la carrillada y provocan la risa: los más parecido a la ganja son allí las hierbas con que sazonan el chicharrón de atún y el hoy ubicuo té verde (que, colocar, coloca lo justo). Todos tenemos -o deberíamos tener- lugares de encuentro con paisanos y desconocidos adonde uno vaya a disfrutar del sol o de la fresca, según estaciones, o a zamparse en higiénica soledad un desayuno que contenga un café que no sea mero desatascador: para ello, y ante la sorprendente variedad de calidades y precios, comprar un grano de primera es asunto crucial: es el caso de este sitio, donde dan riguroso líder regional (aunque ver una banderola de Catunambú en Groningen me abdujo al interior de un café pardo). El paquete de esta marca lleva, por cierto, parte de café jamaicano en su mezcla. En otro cheers de mis mañanas alimentan al maquinón italiano con café Borrás, aunque el sitio no tiene nombre italiano ni catalán, sino de país charrúa. No daremos más pistas sobre estos dos egregios negocios, donde aún se muele el grano a cada rato. No toquemos a nuestras rosas.

A media mañana, ayer, en la larguísima barra sucedió algo inaudito. "Mi americano bien caliente, por favor". "Enséñame tu pasaporte". "¿Tú que eres ahora, de inmigración?, ¿de la Stasi? Que es lunes, Carmelo". "Sin pasaporte no hay ni americano ni media de mollete. O te vas a la mesa de fuera, si aguantas la pelúa". "¡Pero si soy el chico de ayer!". "Mira, Nacho Pop, mira al de la mesa de allí: ese sí que tiene pinta de camuflado: no me puedo fiar. Enséñame la pantalla del móvil, venga por esta vez". Una auténtica distopía sustituía a la utopía de todos los días, al grial cotidiano a dos euros y poco.

Sí, nos pedirán los papeles. Si alguien me hubiera dicho que en una cafetería a pocos metros de casa -por E.T., con el dedito enhiesto: "mi baaaaar- me iban a pedir un pasaporte, yo hubiera pensado que me hacían poesía urbana con guasa, y me llamaban barrionalista o tártaro en mi propio desierto: mi distrito hecho pesadilla. Pero no, desde ayer es obligatorio enseñar el pasaporte Covid al entrar en bares y restaurantes. Los camareros deben tener cuidado porque sin duda ya hay deambulando de barra en barra un comando de inspectores destinados a cogerte en un renuncio. Hay que andarse con ojo. Y, sobre todo, hay que vacunarse. Es como estar limpito al salir a la calle. Esta medida tiene futuro, bien mirado.

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