El Ayuntamiento de Málaga ha prohibido la circulación de patinetes por las calles de la capital. No lo celebren; es coyuntural, sólo para la Semana Santa. Un servidor lo primero que pensó era lo indecoroso que resultaría un joven en patinete rondando las filas de nazarenos y penitentes. Pero no. No ha sido por estética, sino por movilidad: los usuarios dejan estos artefactos en cualquier parte, a veces amontonados, e impedirían el paso a la riada de feligreses que acude al centro a ver tronos y procesiones. Pero ya puestos, podrían los munícipes hacer extensiva la prohibición a amplias áreas de nuestras ciudades en la vida corriente y moliente. En esta materia, como en tantas otras, las autoridades van por detrás de los negocios y el low cost lo paga el ciudadano en calidad de vida, invasión de espacios públicos y riesgo físico.

La DGT y los ayuntamientos andan de prisa y corriendo tratando de paliar un problema que a veces ha resultado mortal. La primera muerte en España por atropello de uno de estos vehículos se produjo en Esplugues de Llobregat, una anciana de 92 años. Y también en Cataluña hace pocos meses murió la conductora de un VMT (vehículo de movilidad personal). En Jerez hicieron una primera regulación hace tiempo, para que los patinetes eléctricos circulasen por los carriles bici a un máximo de 25 kilómetros por hora y fuera de ese trazado al paso de una persona. La cuestión ya no es de urbanismo, sino de urbanidad: comedimiento, respeto, buena educación. La convivencia entre el peatón y la bicicleta en Holanda es antigua y resulta difícil ver pasar por las calles de Amsterdam a ciclistas a gran velocidad. Aquí no pasa lo mismo.

En Sevilla se ha establecido una ordenanza muy precisa, con limitación de velocidad de los patinetes, prioridad del peatón, prohibición de circular o aparcar en las aceras… Falta por ver que se cumpla. España es campeona mundial en hacer leyes garantistas y prolijas, que luego se infringen por falta de inspección de la autoridad competente o por incivismo de los afectados. La Dirección General de Tráfico también anuncia exigencias varias, como un carné específico o un seguro, pero entretanto la plaga aumenta.

El peatón es el único herbívoro que sobrevive en la selva urbana. El único que se mueve en reservas restringidas. Parecía haber ganado terreno con las calles peatonales, pero primero las bicicletas y ahora los patinetes han asaltado su espacio como el cangrejo americano invadió las marismas del Guadalquivir en los 70. El resultado práctico es el transeúnte convertido en lo más vulnerable del asfalto. Por cualquier acera o calle sin coches puede aparecer a su espalda, a todo correr, un vehículo indeterminado de dos ruedas. Vivimos de los estereotipos: lo pequeño es bueno, lo eléctrico es estupendo. Pero al final, estos buenos y estupendos ingenios modernos circulan por las calles, carriles bici, aceras y vías peatonales. Son omnívoros.

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