Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La paz que da el Cupo

Nadie silba -o toca el 'txistu', que significa "silbar"- estando de los nervios o con ganas de llorar por no llegar a fin de mes

Aviándose para sus únicos intereses, el spa y la sauna, el socio sereno silba -apenas habla con nadie, sólo silba- mientras se cambia de ropa: copla, fragmentos clásicos, alguna canción que fue éxito en su juventud. Su parsimonia es palpable, casi la exhala con su forma de desanudarse la corbata y colgar la tiradora verde cacería, antes de cubrirse con dos toallas. Hace unos días compartí mi curiosidad -llámenlo cotilleo psicoanalítico- con otro usuario, y éste me abrió los ojos, entre mis carcajadas. Fue lacónico: "Le tocó la Primitiva hace quince años". Permitan la traslación acrobática: me recuerda al PNV. A la paz de espíritu que otorga al gobernante más crónico de la historia de Euskadi la certeza de saberse a cubierto con una lluvia fina que riega de forma continua sus campos, dotación pública e industrias: el Cupo, lo que el partido que silba feliz negocia cada año a cambio del apoyo parlamentario para que PP o PSOE -y lo que venga- pueda legislar, y siquiera, como sucede ahora, sacar la ley nuestra de todos los años: los Presupuestos Generales del Estado.

Esa paz de saberse con las espaldas cubiertas: "Soy rico, y cada año comparativamente más; no sufro desempleo y la Gran Crisis me tocó lo justo; mis barrios y el atuendo de mi gente están costeados, igual que mis infraestructuras; si mis precios son altos, mis salarios lo son más. Lo mismo pasa con el nivel de mis servicios de Salud y otros sociales: sus ratios son incomparables con este Estado español a quien tengo pillado por el arco desde hace años: ¡Gora la bisagra!". Muchos más que los que hace desde que, aún sin su colchón financiero, nuestro hombre tranquilo en su wellness escuchaba las canciones que ahora, con inmenso sosiego y algún trémolo, silba al llegar cada día al gimnasio. Forcemos un poco más el paralelismo, y hagamos notar que, mientras que el silbador debe -eso creo- su calma a la azarosa compra de un boleto de lotería, la calma del PNV en su Cupo se debe a razones de política industrial -la de Franco, mucho- tanto o más que a una impronta genética hacia la arcadia manufacturera o a una propensión hacendosa por encima del español: bendita su lluvia fina y ya secular. También se debe a la pólvora que ellos, cristianos viejos y de orden, parecían no oler, pero que sustentaba el negocio. Aquellas nueces de Arzalluz, que unos movían y otros recogían. Y tengo para mí que nadie, nadie, silba -o toca el txistu, que significa "silbar"- estando de los nervios o con ganas de llorar por no llegar a fin de mes.

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