Si piensas en la política de forma maniquea, entonces todo acuerdo es pecado. He recordado esta cita ante las airadas reacciones que ha suscitado la desafortunada renovación del TC. Especialmente por la tóxica presencia de la cuestionable figura de Enrique Arnaldo. En términos morales, el dilema sería: si es peor aceptar un acuerdo tan cuestionable o mantener bloqueados los órganos constitucionales. Tanto la derecha mediática, como los menos hostiles con el gobierno, no han perdido la oportunidad de poner el grito en el cielo ante lo que ven con un acto de impudor parlamentario. Como no creo que nuestros diputados sean unos desalmados, para entender lo ocurrido convendría sacar el asunto del estricto territorio de la ética y devolverlo al de la política, donde podremos encontrar explicación a lo ocurrido. Llevamos meses de un bloqueo institucional causado por el PP, de una parte, porque creen que la actual composición les favorece y, de otra, por resultarles útil para desestabilizar el gobierno. No hace falta enumerar las diferentes razones alegadas por Casado para justificar su actitud filibustera.

Finalmente, las presiones de todo tipo, incluyendo las de las autoridades europeas, agotaron las posibilidades del PP de seguir insistiendo en su negacionismo. Pero el objetivo popular no era tanto alcanzar un acuerdo razonable como trasladar a PSOE y UP la responsabilidad en el bloqueo, poniendo con tal fin sobre la mesa nombres de difícil aceptación -no hace falta decir que dicha actitud es abiertamente opuesta al espíritu del procedimiento de elección, algo que resulta especialmente grave tratándose del TC-. Si no hubiese acuerdo, la responsabilidad recaería sobre quien no acepta su propuesta y si lo hay servirá igualmente para desgastar al PSOE y UP ante su electorado por votar una propuesta tan infumable. Todo son ganancias. Aunque el mejor escenario para el PP habría sido que, los lógicos escrúpulos morales de los diputados, hubiese imposibilitado la ratificación parlamentaria del acuerdo. Desconozco el margen de maniobra que dio el PP a los negociadores socialistas sobre sus propuestas sin que descarrilase, una vez más, la negociación. Pero me temo que el PP, consciente de que el bloqueo le favorece, haya planteado la negociación como un ultimátum y que el gobierno necesitado de llevar a cabo la renovación y urgido también por Bruselas no tuviese más opción que aceptarlo.

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