AL final apareció. Abandonada míseramente en la playa de La Misericordia y desinflada como una burbuja inmobiliaria. La suya era la crónica de un pinchazo anunciado. ¿Qué otro destino esperaba a una pelota de dos metros y pico de diámetro que cualquiera que hubiese pasado entre la calle Larios y la Plaza de la Marina podía reconocer? ¿A qué deporte alternativo se juega con eso? ¿En qué ropero se guarda? ¿Combina con el color del tresillo? ¿Impresiona a las visitas? La primera vez, puede -aunque habría quien la encontrara pretenciosa-, y no tanto como un televisor de plasma, que el más grande sigue siendo más portátil y en el que además sale Patricia Conde.

El Unicaja y los Memphis Grizzlies jugaron un encuentro amistoso hace un par de meses. Los dos equipos visitaron a los niños pacientes del Materno y Kenny Smith, quien fue base y ahora charlista, discurrió en el Martín Carpena. Que un conjunto norteamericano viniese a jugar a Málaga debía promocionarse bien. La ocurrencia de plantar un megabalón en la rotonda de Marqués de Larios no era mala, salvo que descuidaba ciertas aficiones malagueñas: llevarse la pelota a casa. Como recuerdo. El ratazo que cuesta deshincharla, pues no cabe imaginar que se la llevaran rodando y la sujeción al suelo simplemente volvían la faena más divertida. Actuaron de madrugada, cuando en la calle no hay otra gente decente que la policía.

El choriceo de este pedazo de bola da pie a estudios de psicología social que me vienen tan grande como lo choriceado. En Los cuatrocientos golpes de François Truffaut un niño, que viene a ser el propio Truffaut, roba una foto de Ciudadano Kane. Podría haber sido cualquier otra cosa, a un chico de entonces le pegaba más robar una foto de, por ejemplo, King Kong como hoy robaría una de Star Wars o El señor de los anillos. De lo que se trata es de que ahí hay un amor al cine exacerbado hasta el fetichismo o una gamberrada inexcusable. ¿Qué sentirán por el baloncesto estos robadores que se atreven con un bulto que abarca casi tres metros de la zona más concurrida de Málaga? ¿Hasta dónde llega la pasión por las pelotas de quienes afanan una del patrimonio público incómoda, inocultable? ¿Por qué no se limitan a tocarse las propias mientras ven en la tele de su casa un partido de baloncesto (pues, inexplicablemente, en televisión echan más cosas aparte de Patricia Conde)? A lo mejor suponer que son aficionados a tal deporte es mucho suponer. Todo lo que podemos tener por cierto es que en el lugar de la cabeza reposa sobre sus hombros un balón de tamaño normalito y lleno de aire no más.

Démonos con un balón en los dientes. Si pudieron llevarse eso sin que ninguna autoridad lo impidiese o se enterase, igualmente podían haber cargado con una estatua de Rodin. El pensador, en el cuarto de baño, sentado sobre la taza, debe de quedar muy chic. Feliz 2008.

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