HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

El placer de la decadencia

La información llega sesgada: en Francia expulsan a los gitanos. ¿Los expulsa el gobierno francés de la derecha liberal? ¿Los echan por ser gitanos? Con la información que se publica en la bondadosa España es difícil enterarse. Los gitanos de Rumania y Bulgaria, y los de otros países del Este, no son los gitanos españoles. En su origen lo serán, pero hoy no son iguales, del mismo modo que los gálatas, los galeses y los gallegos no son los mismos, aunque en su origen remoto lo fueran. La derecha es mala y la izquierda buena, y, cuando nos demos cuenta de esta falacia -ya la división izquierda-derecha lo es- será tarde. A los gitanos no se les expulsa de Francia por ser gitanos, sino por ser ciudadanos rumanos y búlgaros la mayoría, estar ilegalmente en el país y delinquir. La cultura de la queja crea privilegiados que se aprovechan de las leyes permisivas y tolerantes para no respetarlas. Si expulsaran franceses, alemanes o españoles no protestaría nadie. Pero son gitanos y tienen fuero. Algo está mal dispuesto.

Hace bastante tiempo que ser español, cumplidor de las leyes que no vayan contra su conciencia, no nacionalista de su metro cuadrado, heterosexual, guapo y alto un punto más de la media, con prestigio en su profesión, casado y nunca divorciado, católico practicante, padre de varios hijos y con fama de honrado y hombre justo, es ser sospecho. ¿De qué? No lo sabemos bien. Sospechoso de no necesitar subsidios, de no tener que pedir limosnas a los gobiernos, de estar desamparado ante la soberbia de las instituciones, los atrevimientos e insolencias de los delincuentes, y los privilegios, fueros y exenciones de los que disfrutan quienes pueden quejarse de algún defecto, practicar religiones minoritarias o tener sexualidades no aclaradas. Échense a temblar si no tienen algo de que quejarse: pagarán todos los impuestos y no recibirán ni lo justo.

Las culturas del pasado bondadosas y confiadas han desaparecido. Continúan en nosotros de manera distinta, pero se extinguieron por exceso de confianza y un punto de soberbia. Ninguna otra era rival. Y esto ocurre así desde el comienzo de la Historia. Los sumerios confiaron en el prestigio de su cultura y la eficacia de su administración y se descuidaron cuando aparecieron los más toscos acadios. Los acadios adoptaron la cultura sumeria y dejaron su lengua para la liturgia y determinados documentos, pero les quitaron el poder político y económico y la lengua de uso franco fue el acadio. Este ejemplo, por ser el primero conocido, sirve para todas las decadencias que vinieron después. Los grandes imperios, prósperos y poderosos han creído en un momento de su existencia que han conseguido cambiar la naturaleza del hombre y que nada ya puede volver atrás. Vuelve atrás. Nosotros estamos en ese proceso de abandono por exceso de confianza. La miseria moral, la ignorancia y la debilidad nunca construyeron nada.

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