La intención de Francisco de la Torre de instalar un planetario en el Campamento Benítez resulta, de entrada, loable. Málaga ha sido capaz de generar un interés no pequeño en la ciencia entre propios y extraños a través de asociaciones, colectivos y algunos quijotes (hoy mismo, en la Noche en Blanco, habrá oportunidad de disfrutar propuestas nacidas de esta vocación) que han actuado por lo general fuera del amparo municipal, a su suerte, invirtiendo tiempo y otras cosas para ofrecer actividades en torno a la ciencia a pequeños y grandes. Mientras tanto, sin embargo, la ciudad carece de una infraestructura en consonancia, donde toda esta actividad cristalice de manera digna y a la altura de lo que cabe esperar de una ciudad como Málaga; un equipamiento necesariamente impulsado por las instituciones públicas, porque el desarrollo del conocimiento como eje estratégico de una ciudad debe asumirse como una responsabilidad pública. Si fue oportuna y justa la decisión municipal de inyectar más recursos al Centro Principia, cuyos responsables cumplen una impagable función de divulgación de manera harto voluntariosa y nunca suficientemente reconocida, no lo es menos ahora la determinación de dotar al fin a Málaga de un espacio de carácter científico como un planetario. Más allá del alcance que un centro de estas características tendría en la comunidad escolar, entre los muchos aficionados a la astronomía y entre quienes buscan alternativas de ocio de este tipo, no está de más recordar los beneficios que otros planetarios han generado en no pocas ciudades, también como atractivo turístico. Eso sí, que el Campamento Benítez sea el emplazamiento idóneo está por ver: pienso en el Hospital Noble, o en la posibilidad de encontrarle alojamiento en Tabacalera, donde a lo mejor el Polo Digital lo tendría relativamente fácil para dejar su hueco y encontrar otro no menos satisfactorio en otra parte. En todo caso, un planetario sería bienvenido. O debería.

Sin embargo, volvemos a lo de siempre: se refiere De la Torre al planetario como un proyecto "muy bonito" que sería adjudicado a través de un concurso público a una de las muchas empresas que proveen este tipo de equipamientos. Es decir, la idea no es aprovechar la actividad científica que ya se genera en Málaga, organizarla, vertebrarla, aportarle los medios necesarios y conferir así proyección al (mucho) talento que genera, lo que encajaría con una noción fundamental de lo público; sino, de nuevo, comprar un plato precocinado por una marca de lustre, servirlo en la mesa recién sacado del microondas y dejar en el visitante la impresión de que está consumiendo algo prestado. Me temo, ay, que el planetario no sería sino otro ladrillo (perdonen el símil pinkfloydiano) en el muro de la espectacularización de Málaga, otro epígrafe en la agenda de actividades culturales, en detrimento de la premisa de la generación del conocimiento. O tempora, o mores.

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