Postales desde el filo

José Asenjo

El poder y las cajas

EL audaz proyecto político de crear una "caja única" en Andalucía no ha encontrando por ahora la debida respuesta de estas entidades. Una década después podemos hablar más de fisión que de fusión del sistema financiero andaluz. Contrasta la reticencia de nuestros cajero" a pactos intraterritoriales, con su disposición -urgidos por las circunstancias- a alcanzar rápidos acuerdos con cajas de otras comunidades.

El fiasco de Unicajasur resulta menos imprevisible de lo que pueda parecer a primera vista. Ya en su día la Caja provincial de Córdoba, controlada por la Diputación (socialista) y destinada por la dirección regional del PSOE-A y el propio gobierno a unirse a otra caja andaluza - Unicaja era su mejor pretendiente- optó finalmente, contra la lógica política, por una absorción de hecho con la otra entidad de esa provincia controlada por la Iglesia, el Monte. De esa unión salió la hoy fracasada Cajasur. También las cajas de Granada siguieron un camino parecido. Claro que no todo ha sido antagonismos territoriales, hacia final de los ochenta se unieron cinco cajas, dos de ellas de provincias distintas, en torno a la Caja de Ronda para crear Unicaja. También las cajas sevillanas se fusionaron con otras de Huelva y Cádiz. Pero todo esto queda lejos, en la última década cuando más se esfuerzos políticos se han hecho y más empeño ha puesto el regulador, la única excepción que ha confirmado la regla ha sido la integración de la pequeña Caja Jaén en la gran entidad malagueña. Anteriormente, Cajasol, a pesar de lo dificultoso del proceso, se limitó a la unión de las dos cajas sevillanas.

Parece que los hechos desmientan una verdad aparentemente irrefutable: que las cajas están sometidas al poder político. Ni la poderosa cúpula socialista en nuestra comunidad, ni el gobierno con todos sus resortes han conseguido uno de sus más preciados y sensatos objetivos políticos: la integración del sistema andaluz de cajas. Claro que existe un maridaje entre las cajas y el poder político, pero parece que, como ocurre en ciertas parejas, domina quien más dinero aporta al matrimonio. Entonces, si las cajas son de todos o, al menos, no son de nadie, quién manda en ellas. Ese es uno de los misterios del alma humana, como el de la imposibilidad de ser feliz un domingo por la tarde o para qué sirven las diputaciones. Cuando nuestra democracia aún no había perdido la inocencia creyó haber encontrado la solución. La ley de democratización de los órganos de gobierno de las cajas pretendía suprimir la herencia de los poderes del viejo régimen enquistados en estas entidades y someterlas al control democrático. Aunque el poder ahora es de otra naturaleza, es evidente que la ley no consiguió deshacer ese nudo gordiano. Probablemente, la respuesta al problema la haya dado por la vía más expeditiva el FMI, que en sus recomendaciones se atreve a plantear la privatización de las entidades de ahorro. Al menos sabríamos quién manda en las cajas.

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