El poder de la mentira

Demagogos y predicadores de catástrofes han existido siempre, pero nunca arrastraron a tanta gente

De la infinidad de noticias que recibimos sobre la situación política americana me llamaron la atención las afirmaciones de ciudadanos norteamericanos, que en principio parecían normales, justificando su ferviente apoyo a Trump para evitar el propósito encubierto de Biden de introducir en su país el socialismo y el comunismo. Es difícil entender que alguien pueda imaginar que el veterano presidente recién elegido, perteneciente al ala moderada del moderado partido demócrata, pueda presentar el riesgo de implantar la dictadura del proletariado. Mucha deformación de los hechos, muchas falsedades sembradas durante estos años son necesarias para desembocar en una visión tan alucinada de la realidad. Pero para que la mentira triunfe de esta forma y arrastre con su poder a una parte importante del electorado americano es necesario algo más que una propaganda potente y bien estructurada.

Puede pensarse que esta cruzada de la falsedad y la mentira es la que ha generado un sector ciudadano radicalizado y extremista, capaz de llegar a los excesos que vimos el día de Reyes, pero posiblemente las cosas operan al revés. Es cierto que la sociedad norteamericana, más que ninguna otra, ha sido proclive a anidar en su seno pintorescas corrientes de opinión o inexplicables creencias conspirativas. Demagogos, histriónicos, y predicadores de catástrofes han existido siempre, pero nunca su actividad arrastró a tanta gente y con tanta intensidad ni esas alucinaciones colectivas revistieron la importancia y trascendencia que significa el trumpismo.

La mendacidad de Trump ha caído en el terreno previamente abonado de esa parte de la sociedad desconfiada y desdeñosa, recelosa de sus representantes, con escaso sentido democrático y predispuesta a incorporarse a una corriente populista basada en los instintos primarios del racismo y en el sentimiento excluyente del nacionalismo. Las mentiras, las falacias y las amenazas inventadas no son el origen de este radicalismo, sino el alimento necesario para avivar y mantener este sentimiento que ya existía. Por eso es tan complejo y difícil luchar contra las falsas noticias porque son la coartada perfecta para un público fiel y crédulo que acepta el engaño para poder sentirse seguro y reconfortado en sus creencias. Es en el ámbito de los que solo creen lo que quieren creer y solo oyen lo que les gusta oír donde crece la mentira. Y es en el doble circuito de radicalidad y autoengaño donde Trump encuentra su mejor aliado.

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