La firma

Jesús Saborido

Mi pollinica, hoy

Los prismas de la Semana Santa de Málaga El Domingo de Ramos fue apoteósico, cuando conseguimos salir por la mañana y nos encontramos a toda Málaga esperándonos, para aplaudir aquel invento del paso pollinico

EL hombre pasa por muchas etapas a lo largo de su vida, pero el cofrade lo es permanentemente durante su existencia, aunque sus circunstancias cambien al ritmo de las etapas de su vida.

Para mi familia y para mí, el Domingo de Ramos es muy importante. Es el mejor día del año. Lo era, cuando por primera vez salí de nazareno recogiendo mi pequeña túnica de hebreo de una oscura torre de la Parroquia de San Felipe.

Lo volvió a ser, cuando muy joven, con 17 años, después de haber pasado por muchos cargos de aprendiz cofrade, don Francisco Triviño, fundador de la Agrupación de Cofradías, me nombró Mayordomo de Trono de la Virgen del Amparo y hermanos más antiguos me enseñaron cómo se sube y se baja sin tirones, cómo se pasea sin destrozar a los hombres, cómo se dobla sin rozar la esquina en las curvas estrechas.

Siguió siéndolo, cuando estudiante en la Universidad de Granada, votaba todas las huelgas que podía para disfrutar de un fin de semana cofrade y vestir a mi Virgen; aunque debo reconocer -y ahí están las amarillas fotos- que a pesar de mi empeño no se me daba nada bien.

Me gradué en importancia, cuando fui nombrado hermano mayor y cambié en el Pregón de la Semana Santa el orden de la Pasión para terminar de nuevo al principio con la Entrada en Jerusalén.

Y el Domingo de Ramos fue apoteósico, cuando conseguimos salir por la mañana y nos encontramos a toda Málaga esperándonos, para aplaudir aquel invento del paso pollinico.

Mientras, nos trasladábamos de sede entrando en la maravillosa Iglesia de San Agustín, que llevaba nueve años cerrada cuando el trabajo de mi hermandad la reabrió al culto con la sola ayuda de su propio esfuerzo.

Y aunque, durante seis años, la Agrupación absorbió toda mi vida, nunca ningún presidente abandona su propia cofradía. Y yo tampoco lo hice e intentaba que todo repercutiera en beneficio de Pollinica.

Luego, vinieron los problemas. Esa injusta Intervención Episcopal, que aún hoy no entiendo, pese a que exista un estudio sobre la misma que me ha aclarado muchos conceptos; la compra de una casa hermandad sin que se oyera la voz ni la aprobación de los pollinicos, sino solo la jerárquica autoridad del interventor que nos mandó de nuevo al barrio del que habíamos salido con tanto esfuerzo; el abandono de nuestros altares en el templo y la pérdida de cualquier opción sobre el edificio por el que tanto habíamos luchado, acabando con nuestra ilusión de salir "de dentro" y haciendo inservible la reja abatible en el jardín de San Agustín… Problemas; problemas y dificultades.

Pese a todo, el Domingo de Ramos mantenía incólume su importancia para mí.

Ahora me toca otro papel. Ya no estoy en primera línea del trabajo cofrade. Han sido demasiados años y las canas me acompañan. Pero mi espíritu sigue siendo joven cuando, a pesar de mi cadera de titanio, subo, de prisa, muy de prisa, las interminables escaleras de la Tribuna Central para presidir y dar la venia a mi Cofradía de la Pollinica.

Entonces siento plenamente el ayer y al mismo tiempo el futuro, representado en mis hijas, con los capirotes morados y verdes y las capas color palma, y en mis nietos que, uno tras otro, aprenden cada Domingo de Ramos cómo se forma parte de una hermandad.

Quizás, las cosas no sean hoy como yo hubiese querido para mi Cofradía; quizás no sean como tantas veces yo había planeado. Pero es Pollinica; es y siempre será mi hermandad. Esa que tantos buenos momentos me da; esa que tanto me ha hecho sufrir; tal como sucede en la vida de cualquier persona.

Etapas cofrades. Las vamos cumpliendo sin apenas darnos cuenta que pasamos de una a otra. Pero el Domingo de Ramos seguirá siendo importante. Seguirá siendo el mejor día del año como cuando ilusionado cogí mi primera palma.

Es Pollinica. La primera. El comienzo de la Semana Santa de Málaga.

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