El 'procés'

Nos tomamos con una indiferencia todo lo que rodea el 'procés', pero esa huida hacia adelante nos puede salir cara

Una de las cosas más sorprendentes de estos tiempos es que la independencia catalana tenga tantos seguidores entre nuestra izquierda más visceral. Por alguna razón del todo incomprensible, cientos de artistas, cantantes, escritores y cineastas de izquierda -la crema de la intelectualidad, por así decir- admiran la causa de la independencia, o como mínimo la comprenden y justifican. "Es una lucha por la democracia", dicen unos. "Votar siempre es bueno", dicen otros. "Las urnas no delinquen", dicen los de más allá. Por desgracia, muy pocas de esas personas que ven con buenos ojos el procés conocen de primera mano a los independentistas o saben lo que la mayoría de ellos va diciendo por ahí en chats o en conversaciones privadas. Y es que lo que dicen muchos de esos independentistas -en la intimidad, claro está, o cuando se saben rodeados de personas que piensan igual- son cosas que deberían poner los pelos de punta a cualquiera con dos dedos de frente. Porque nadie habla de grandes ideales ni de conceptos sublimes, sino xenofobia pura y dura al más típico estilo de Donald Trump, adobada con sus buenas dosis de delirios ideológicos que no tienen la menor conexión con la realidad. Si esas ideas se pusieran en boca de un supremacista blanco de Alabama o de un señor con bigotito imperial, serían tomadas enseguida por inadmisibles, y con muchísima razón. Pero como son ideas de gente que se hace pasar por chachipiruli y sólo habla de democracia y de derechos pisoteados, y encima usa un lenguaje más o menos izquierdista, todo se disculpa y se considera aceptable o cuando menos comprensible. Y en consecuencia, poquísimas figuras de la intelectualidad española se han atrevido a soltar una crítica, por leve o inocente que sea, contra ese delirio fascistoide que llamamos procés. Y en cambio, sí que critican -y bien fuerte- al gobierno que quiere hacer prevalecer los principios constitucionales, cosa que cualquier gobierno legítimo está obligada a hacer.

Nos tomamos con una indiferencia temeraria todo lo que rodea el procés. Y es verdad que es una tabarra absoluta -igual que muchas canciones de Lluís Llach-, pero esa huida hacia adelante nos puede salir muy cara si acaba degenerando en un conflicto que haga saltar por los aires la convivencia entre Cataluña y el resto de España. Y eso es muy, muy posible.

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