La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La profesora de Marchena

Ni la sociedad, ni los pedagogos, ni las autoridades, van por este camino, querida profesora

Pum! Explotó Eva Romero, la profesora de Marchena de la que ayer se hablaba en toda España. "Yo no estoy aquí para aguantar -dijo-, y utilizo las palabras textuales que un padre me dijo por teléfono cuando lo llamé para que corrigiera la actitud de su hija, que no me dejaba hacer mi trabajo. A mí, que yo sepa, me pagan para enseñar, no por aguantar". La profesora está harta del éxito de los ignorantes, de la influencia de la telebasura, de la mala educación de los alumnos y de su falta de consideración -ni tan siquiera de respeto- hacia su persona, del proteccionismo de los padres que quieren que sus hijos aprueben sin esfuerzo, de la Administración que cambia las leyes y normativas sin contar con los profesores y sin darles medios ni formación para cumplirlas...

A partir de aquí puede haber quien piense que la explosión de la profesora legitima discursos nostálgicos y reaccionarios del tipo "cualquier tiempo pasado…" o "la letra con sangre entra". No es así. Deja claro que su concepto de la enseñanza es el de la transmisión crítica del conocimiento que garantiza el ejercicio de la verdadera y única libertad: la de quien, por haber sido instruido para pensar por sí mismo, elije, discierne, no se deja arrastrar por las emociones inducidas, resiste, se distancia de lo que sabe que es indigno y se suma al esfuerzo colectivo por lo que sabe que es valioso. Y lo sabe porque le han dado las herramientas que solo el proceso educativo procura, como hizo el profesor del instituto Martínez Montañés que me explicó -¡hace tantos años!- el imperativo categórico kantiano ("El hombre, y en general todo ser racional existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad..."). Porque lo progresista no es otra cosa que la lucha por la universalización del conocimiento, la democratización de la excelencia, la igualdad de oportunidades y la libertad que solo la educación -en el sentido serio y fuerte de la palabra- procura.

Pero no van las cosas por este camino, querida profesora. Ni en la sociedad, ni entre los pedagogos, ni entre las autoridades políticas y académicas. Quienes se dedican a la educación deberían repetirse cada mañana lo que en Piloto de guerra se dice Saint-Exupéry al emprender una misión durante la caída de Francia, en 1940: "Hago correctamente mi oficio, lo cual no impide que pertenezca a una tripulación derrotada".

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