Háganse a la idea de que estamos en un burdel del lejano Oeste, como el que salía, por ejemplo, en la película Sin perdón. Por allí se observa el clásico paisanaje de tales lugares: señoras dedicadas a tal menester, tan viejo como el sol, y tipejos que acuden prestos a saciar su lívido y su sed de whiskazo. De repente, la puerta del salón se abre de par en par y aparece por allí un puritano, alguien que se cree limpio de pecado, sin mácula. Sin dudarlo, el puritano se dirige hacia uno de los parroquianos del garito y le recrimina sus excesos y su actitud. Le dice que esto está mal, que la ética no reina en su vida y que nada de lo que haga fuera de allí puede ser recto ni coherente porque su honradez está mancillada. El resto de clientes, al ver lo que ocurre, se esconden como pueden y se temen que luego les tocará a ellos la homilía, pero no. Para su sorpresa no ocurre así, sino que el sujeto, tras soltar su filípica, se va por donde vino sin aleccionar a nadie más. Algo así, algo como lo que relato, es precisamente lo que ocurre ahora en este país nuestro, dolorido por el atentado salvaje de Barcelona. Porque aquí también son muchos los presuntos puritanos que, en su supuesta limpieza espiritual, niegan a España ninguna posible moral por tener tratos con Arabia Saudí, una monarquía absoluta en la que los derechos humanos se pisotean a diario y en la que impera un islamismo extremo, patriarcal, homófobo y opresor. Parecería, por la actitud de estos puritanos nuestros, que España es el único país que tiene lazos con Arabia, pero lo cierto es que con este régimen, con sus petrodolares, negocia en el mundo casi que todo hijo de vecino, desde Venezuela o Cuba, por citar alguno anticapitalista, hasta los grandes capitanes del mundo globalizado. Lo mismo que ocurre con la tiranía de China, por ejemplo, pues donde hay dinero la ética desaparece y lo que prima es el parné. Y es que las relaciones internacionales son exactamente eso: un puticlub, una casa de lenocinio que EEUU pudo cambiar, supongo, cuando dominaba el mundo pero que envileció. Ahí nadie es inocente ni nadie es puro, como sabe cualquiera que no viva en su pueril candor. Por eso me temo que todos estos puritanos que han surgido como setas, tan adanes, no son tales puritanos sino usuarios de este mismo prostíbulo en el que cada cual hace su teatrillo en pos de sus intereses nacionales, partidarios o ideológicos. La ética debería reinar en la política internacional, no lo dudo, pero ni yo veré eso ni serán estos puritanos falsos los que aquí la traerán. La música seguirá sonando en el burdel.

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