Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Quién quiere un cuerpo sin alma

También es espiritual sentir emoción ante lo soberbio de una trocha en galería o de un lago en paz

Hay pocas cosas que sean a la vez tan físicas y espirituales como caminar en el monte, en soledad o en buena compañía. Conviene un socio caminante (y, en general, viajero, o hasta turista) que no comente todo, y que no adopte el vicio -tan grupal- de estar programando y reprogramando, sobre todo el plan de comidas… por lo general, mermando la experiencia anímica, que regala mejores frutos con el silencio que con el afán planificador y comentarista. Caminar durante horas o días es una vivencia material al tiempo que mental. Hard' y 'soft, y no abandone la lectura por la cursilada que acaba de leer: deme crédito, digo esos términos por algo. Son pura materia -hard: realísimo- el suelo pedregoso o enfangado, la lluvia racheada, la espalda sudada y helada por tiempos, el dolor en las corvas y la cintura, diría que el hambre y la sed. Son pura alma y pensamiento -soft- la añoranza de quienes se fueron, la voluntad de no sufrir con aquello que nos está mortificando: el desamor, la enfermedad, quizá los hijos. También es espiritual sentir emoción ante lo soberbio de una trocha en galería o de un lago en paz, un sentimiento que produce suspiros y eriza la piel: de los ojos al antebrazo pasando por el corazón (que está en la glándula pineal, como bien sabemos). ¿Pura química? Será. Pero no lo creo yo.

Traslademos esta lírica de la dualidad a la bipolaridad de la vida que llevamos. La vida del cuerpo y las relaciones visibles: la seda dental, el WC y el café de la mañana con el diario; el informativo en el atasco, el despacho y su hardware siempre algo obsoleto; el menú del día, la máquina elíptica y la sauna; el sexo ocasional, la almohada y la radio de nuevo en la mesilla; los ronquidos y la próstata y sus alarmas. Todo esto, ese tipo de secuencia cotidiana y material, nunca cambió demasiado rápido en las edades de los hombres y mujeres, y ahora, con la velocidad del rayo de internet se ve sometido por la metavida soft, en línea, la intangible, la digital, la de las redes sociales y la adicción al teléfono listísimo. La otra vida donde el cobarde se hace valiente, sarcástico o insultante; donde el zote se erige en culto, donde el malo es peor, donde todos sabemos de todo, y de forma contundente, donde los acomplejados y asociales lo petan coleccionando contactos que nunca vieron en modo hard. Un espacio matrix donde nos podemos constituir en aquello que nunca fuimos y siempre en silencio quisimos ser: una falsedad de avatares y poses que acabamos creyéndonos. Y en eso das un mal tropezón en el camino y te rompes la crisma con un canto de granito.

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