Calle larios

Pablo Bujalance

El 'tu quoque' digital

LO confieso: a estas alturas de la película no tengo cuenta en Facebook, ni en Twitter, ni en Tuenti ni nada parecido. Me he quedado más antiguo que un sello de Franco. En parte, admito que semejante retraso es una pura cuestión de dejadez; pero no dejo de compartir el lema del último largometraje de David Fincher, La red social (se estrena en España dentro de un par de meses), en el que cuenta la vida y milagros de Mark Zuckerberg, creador de Facebook y reconocido como el billonario más joven de la Historia: "No se hacen 500 millones de amigos sin hacer unos cuantos enemigos". Dicho de otra manera: hay gente a la que no quiero volver a ver y a la que definitivamente no quiero conocer, y temo encontrármelos en mi ordenador diciendo que quieren ser mis amigos. Claro que semejante obcecación me mantiene apartado de apasionantes ejercicios de dialéctica política como los practicados por María Gámez, Elías Bendodo y Francisco Conejo en Twitter a cuenta de la Vuelta Ciclista y reproducidos en el número de ayer de Málaga Hoy por mi compañero José María Flores. Es genial imaginarse a esta gente (como a cualquiera) con sus móviles de última generación enviando sus mensajes entre reunión y reunión, o mejor, con sus portátiles abiertos en sus salones mientras se posan descalzos sobre sus parqués y beben té helado, a ver qué cuento hoy. Los comentarios cruzados no tenían desperdicio: que si esto lo pagamos nosotros, no que lo patrocinamos nosotros porque vosotros no os gastáis un céntimo, pues menos os gastasteis vosotros cuando tal ocasión. En fin, lo que acontece en la prensa diaria pero escrito sin tildes y casi sin vocales. Parece que hay expectativas por el traslado de las campañas electorales a las redes sociales, pero un servidor, admirador de Maquiavelo, ve en el cambio la estrategia perfecta para que todo siga igual: todo más rápido, más eficaz, más limpio, pero igual de pobre, igual de hueco, igual de inútil, igual de rancio, igual de inmaduro.

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