La tribuna

Jorge Hernández Mollar

Dónde están los rebeldes

SI algo me llama profundamente la atención en estos tiempos de grave y dura crisis económica que estamos sufriendo, es el silencio y la resignación de nuestros jóvenes. Nadie como ellos está padeciendo la cruda realidad de la destrucción de puestos de trabajo y la explotación laboral cuando tienen la fortuna de acceder a algún trabajo de los llamados mileuristas.

Trabajos que, por otra parte, se ofrecen generalmente en condiciones muy poco dignas en cuanto al salario, horarios, descansos, etcétera. Se ha implantado una especie de resignación motivada por la apremiante necesidad: "lo tomas o lo dejas", es la lapidaria frase que resuena en los oídos de muchos demandantes de empleo después de una entrevista para una hipotética colocación.

En el siglo pasado, las universidades -sobre todo en la década de los sesenta- actuaban como motor de los grandes cambios sociales. Existía en las aulas una inquietud desbordante por el presente y el futuro político, económico y cultural de nuestra sociedad. A la inmensa mayoría de los jóvenes de aquellos años no nos obsesionaba el consumo desmedido de alcohol, ni la droga o el sexo.

Sí nos preocupaba sin embargo, nuestro futuro laboral y la consiguiente emancipación familiar y nos preocupaba también la apertura a la democracia de un régimen dictatorial que surgió como consecuencia de una trágica confrontación entre millones de españoles. Fue precisamente en la Universidad española donde, en aquellos años, los estudiantes iniciamos el largo caminar de una rebelión política.

La inquietud social que motivaba entonces aquel pensamiento crítico entre la juventud, ha sido sustituida en estas últimas décadas por la inquietud individual. Hoy, se presta un cuidado muy especial a la salud del cuerpo aunque se descuida y mucho la del intelecto, la de la mente y no digamos ya la del alma, inexistente para una buena parte de nuestra sociedad.

La información a través de las nuevas tecnologías, está suplantando peligrosamente la formación integral de la persona; su utilización abusiva está dando lugar al aislamiento del entorno habitual en el que se desenvuelve, como son la familia o el trabajo. Al mismo tiempo, como consecuencia de ello, se han deteriorado determinados valores o virtudes como son el esfuerzo, la constancia o el estudio.

Por otra parte, el Estado, está relegando a la familia en un ámbito tan personal e íntimo como es el de la educación sexual. Lo relevante para los educadores -¡qué sarcasmo!- en esta materia, son el placer personal y el disfrute del propio cuerpo sin barreras ni tabúes. La exaltación del individualismo se opone con beligerancia a cualquier condicionamiento de tipo natural, moral o religioso que limite la decisión personal de impedir o destruir la propia vida o ajena (aborto o eutanasia).

Lamentablemente también el dinero, sacra auri fames, el hambre sagrada de oro, de Virgilio, ha becerreado a buena parte de nuestra sociedad. Resulta inconcebible que personas que sufren el desempleo, la desigualdad de oportunidades, la discriminación en el salario, no se rebelen contra los enriquecimientos desorbitados e inmorales que se producen, en muchos casos, en el mundo de las finanzas, del deporte o de la farándula.

Este egocentrismo que nos invade se refleja de una manera escandalosa en el seno de una sociedad que admite, sin rechistar, que fumar o beber una cerveza se considere más grave que abortar. Una joven a los 16 años puede abortar pero no puede comprar tabaco ni bebidas alcohólicas: ¡vivir para ver…!

Se denuncia y se legisla para combatir la violencia de género, la de los menores hacia los padres y profesores, pero se permite y consiente que se consuma sin límite la violencia en vídeos, juegos, televisión o internet; como se ve el interés general y el bien común, se supeditan así al interés particular de un mercantilismo perverso.

Es hora pues, que la sociedad reconozca y oiga la voz de los rebeldes silenciosos. De aquellos que se sacrifican, estudian y trabajan. De aquellos que desean crear una familia donde el sexo sea la expresión natural de un amor sano y creador de hijos que se eduquen en libertad y responsabilidad para enriquecer la sociedad. De aquellos que ponen su vida a disposición de los demás investigando o contribuyendo a mitigar la enfermedad, el dolor o la pobreza...

De aquellos que, como decía uno de los personajes más relevantes e ilustres del siglo pasado Juan Pablo II, "trabajen para desarrollar una economía al servicio del hombre y no lo contrario, unas instituciones políticas auténticamente democráticas y participativas y la construcción de un nuevo orden internacional que garantice la justicia, la paz verdadera y una actitud responsable hacia la creación…"

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