Pues no hubo más remedio que ver la dichosa intervención televisiva en la que Jorge Verstrynge lamentaba la falta de expectativas de la juventud andaluza, producto, en su opinión, de "mucho rebujito, mucha playita y mucha cervecita", a lo que al parecer están acostumbrado por aquí los zagales. No faltaron quienes saltaron como un resorte a defender a la juventud andaluza (la primera, Teresa Rodríguez), seguramente con excesiva seriedad, dado además el personaje del que en esta ocasión se trata: sólo su trayectoria política habría bastado para desautorizar sus palabras con un pelín de ingenio, en lugar de tanta mano en el pecho, tanta afrenta y tanto desagravio. La cuestión es que el mismo Verstrynge afirmó que se quedó desconcertado por "la falta de humor de los andaluces"; y tal vez es en este desconcierto donde sí cabe señalar su prejuicio, porque quién sabe si los andaluces somos unos mal follaos de tomo y lomo en lugar de los grasiosos que algunos presuponen. Pero no quería escribir aquí sobre prejuicios, sino sobre la instrumentalización de la ciudadanía con fines electoralistas, lo que no es exactamente lo mismo (en todo caso, ambas conductas pueden coincidir pero igualmente pueden no hacerlo en absoluto). Cuando Verstrynge abrió su boquita de inmediato fue metido por muchos en el mismo saco de la ex ministra Tejerina, respuesta sin remedio espontánea, salida de las tripas y carente de matices, pero reveladora en la medida en que pueda ser leída entre líneas. Este tipo de intervenciones, ya lo sabemos, cunden cada vez que a la Junta le da por convocar elecciones. Pero donde sí cabe reparar es en la nota que publicó Verstrynge en las redes sociales horas después de su entrevista a modo de disculpa, y en la que aclaraba que en realidad se refería al "condicionamiento histórico" que imponían treinta años de "mala gestión" de "gobiernos presuntamente socialistas". Claro. Pero antes había salido con el rebujito, la playita y la cervecita. Por si acaso.

En cuanto a Andalucía, se ha dado una normalización cuanto menos curiosa. Desde la Transición, en el juego político español ha quedado ya más o menos claro que la cosificación de la población es un error en el que no se debe incurrir nunca. Pero hay excepciones: el nacionalismo, por ejemplo, tiene su principal razón de ser en la cosificación de las poblaciones ajenas, pero dada su virtual utilidad como aliado político se le permite el trazo grueso y se mira para otro lado. Del mismo modo, está claro que cosificar a la población andaluza basta para la obtención de un rédito político cuando se trata de erosionar a un Gobierno andaluz consolidado en la corrupción y el clientelismo. La cosificación no se preocupa por las razones que puede tener la población para votar aquí al PSOE, porque precisamente son más complejas de lo que se cree. Lo peor es que Andalucía no se ha preocupado mucho por hablar de sí misma de otra forma. En su pecado lleva la penitencia.

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