El prisma

Javier / Gómez

Una reflexión que ya no interesa a nadie

SEAMOS honestos: la Feria de Málaga nunca ha sido, ni será, el mejor lugar para que pase sus vacaciones un alcohólico en rehabilitación. Tampoco un paradigma de la rectitud, el saber estar ni un desfile de trajes de etiqueta y pamelas, como si se tratara de las carreras de Ascott. No. La Feria es una semana para olvidar las preocupaciones y en muchos casos las convenciones sociales, para recargar pilas, divertirse con desconocidos, exaltar la amistad y cicatrizar viejas rencillas.

Establecidos esos principios, tampoco parece lógico que se permita la degeneración de la fiesta, primero en un gigantesco botellódromo y luego en un asqueroso vomitódromo. En tiempos de Aparicio, del esplendor de la Feria del centro histórico, se bautizó esta fiesta como la mejor del Sur de Europa. Exageraciones localistas de entonces y ahora aparte, en algunos aspectos hoy no tiene nada que envidiarle a la plaza Solymar de Benalmádena un sábado cualquiera. Si entonces era la exaltación de la libertad, hoy lo es del libertinaje.

Las culpas de todo esto están bien repartidas. Ni el Ayuntamiento se pone lo suficientemente duro ni la ley de la Junta ayuda demasiado. Tampoco faltan hosteleros o tenderos sin escrúpulos que venden alcohol a menores. Y luego, claro está, el origen de todos los males: el problema siempre empieza en casa, en la educación primigenia. O en la ausencia de ella. El fin de semana hemos escuchado todos los balances positivos del mundo sobre la Feria de Málaga, una recopilación de cifras que oculta el número de comas etílicos y que no puede cuantificar la calidad de la imagen que se traslada al visitante. Bastante penosa en algunos casos, por cierto.

El problema tiene difícil solución. La mayoría de las fiestas populares, desde los sanfermines hasta el Corpus granadino, son en realidad una gran borrachera colectiva. Y tampoco se trata de imponer por decreto la música tradicional, como si eso incitara menos al descontrol. Pero, campañas electorales aparte, en estos días en que muere agosto no estaría de más reflexionar sobre la evolución a la baja de la Feria y el futuro que queremos para ella. Aunque sea el típico evento fugaz: a nadie le interesa ahora un pimiento. Hasta el año que viene.

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