¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La reforma puede esperar

Rajoy sabe cuál es la ventaja de ser de "centro reformista": se puede optar por la inmovilidad o la reforma, según convenga

José María Aznar es un claro ejemplo de cómo una gran inteligencia política puede ser malograda por las malas pulgas. Sin embargo, nadie le puede negar la paternidad del partido que, sin duda, es el más sólido de los nacidos tras la restauración borbónica de 1975. Aznar heredó de Fraga una derechista Alianza Popular con un frustrante techo electoral y la reconvirtió en el PP, la gran casa del centro derecha español, donde cabían desde los fragmentos dispersos de la UCD a las últimas mesnadas del franquismo ideológico. Lo que empezó siendo un frente de conveniencia para intentar contener el leviatán en el que amenazaba convertirse el PSOE del felipismo, acabó transformándose en una roca indestructible, capaz de convocar mayorías incluso en sus horas más bajas, como han demostrado los recientes acontecimientos.

¿Cuál fue la idea fuerza, el pegamento, de esa nueva derecha española que veía la luz en 1989? La respuesta es clara: la reforma. Aznar intentó enlazar con la mejor tradición del reformismo español, desde los ministros ilustrados hasta los hacedores de la Ley para la Reforma Política de 1977 (el famoso harakiri del Movimiento) y, no sin cierta trampa inevitable en toda gran operación política, definió estatuariamente al PP como "centro reformista". La fórmula suena bien, da una imagen de cambio y modernidad, de sosiego positivo y posibilista, a la vez que se opone al mito revolucionario y progresista de la izquierda. Un buen hallazgo del malhumorado y devoto lector de Cernuda.

Rajoy no es Aznar. El gallego tiene mejor humor y menos agallas políticas que el enjuto castellano. Cae mejor. También es más conservador. Como ciertas plantas y ciertos moluscos, se contrae al primer roce de la amenaza. Nunca busca al picador. Lo ha vuelto a demostrar con la tan cacareada reforma constitucional, que no deja de ser uno de los muchos disfraces del problema catalán, ese Mortadelo de la actual política española. Rajoy ya ha congelado el gesto: ha mandado a Sáenz de Santamaría a Barcelona para iniciar discretos diálogos con la Generalitat y ha ralentizado la vía parlamentaria hasta que el PSOE se aclare. Sabe que Podemos, gracias al artículo 167 de la Constitución, puede forzar un referéndum que acabe con su cabeza mostrada al populacho de Madrid, como ya le ha pasado a Cameron y Renzi. Rajoy sabe también cuál es la gran ventaja de ese gran invento de Aznar que es el "centro reformista": se puede optar por la reforma o por la inmovilidad, según salgan las cuentas.

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