NO era difícil imaginar que la Constitución del 78 y su modificación iba a acaparar los primeros compases de la iniciada precampaña. Es cierto que el hecho catalán y sus últimos acontecimientos han ayudado a situar los cambios constitucionales en primer plano, pero, aún cuando estos no hubieran sido tan llamativos y preocupantes, la reforma, necesariamente estaba llamada a ser uno de los discursos centrales entre los contendientes electorales. Y es que más allá de la cuestión territorial y los techos de la descentralización política, la verdad es que nuestro texto constitucional ha envejecido profundamente y por tanto necesita una revitalización urgente.

Cierto que son muy distintas, incluso contrarias, las pretensiones de los grupos sobre la reforma y que, desde el principio, el necesario e imprescindible acuerdo parece lejano, difícil y casi imposible. Cierto también que una coincidencia o aproximación desde el inicio facilitaría mucho la labor y el hecho de que la mayoría de la fuerzas políticas ya estuvieran de acuerdo en qué es lo que había que reformar y cuál su sentido, harían esta tarea más fácil y rápida. Pero la inicial dificultad, casi la aparente imposibilidad de encontrar puntos de coincidencia, no disminuyen la necesidad de su 'aggiornamento'.

El necesario consenso en la futura reforma no puede considerarse como un inexorable punto de partida, sino como la meta a la que necesariamente hay que llegar después de un largo recorrido. Por eso no se entienden bien las reticencias, recelos y negativas que plantea el presidente de Gobierno para iniciar e incluso liderar esta necesaria reforma, con el pobre argumento, que más parece pereza que otra cosa, de las dispares posturas que inicialmente tienen los partidos políticos. Es necesario recordar que el consenso constitucional alcanzado en el texto del 78 partía de mayores y más profundas discrepancias. En esas Cortes, que de entrada no se llamaron constituyentes, y en las que ocupaban escaños Fraga Iribarne, Licinio de la Fuente, Dolores Ibarruri o Santiago Carrillo, -por referirnos a los extremos- no parecía existir una coincidencia para llegar a acuerdos, pero se alcanzaron en algo más de un año. Fue necesaria la voluntad de llegar al consenso, el entendimiento generoso y una gran capacidad política de los principales dirigentes de aquel momento para conseguirlo. Actualmente, la necesidad es básica para su supervivencia y sólo falta la capacidad política de los llamados hoy a dirigir y liderar la reforma.

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