Al fin se fue el que para muchos habrá sido el peor año de sus vidas. No para los más mayores, los más castigados por la maldita pandemia, que vivieron tiempos aún peores. Deberían ser las imágenes del año la de algunos de ellos recibiendo, con alegría y entereza, las primeras vacunas. Aunque también podrían ser las de las calles vacías, que parecían sacadas de un relato distópico en el que la humanidad había logrado concluir con éxito el proceso de autodestrucción en el que tan empeñados estamos. No sé si todo lo que está sucediendo nos hará reflexionar y si, como algunos vaticinan, la pandemia lo cambiará todo y una vez vencida comenzará realmente el siglo XXI. Que empezó de forma trágica con el atentado de las Torres Gemelas y sus terribles réplicas en Madrid, Londres, París y su secuela de guerra y destrucción; después vino la caída de Lehman Brothers y la Gran Recesión con sus efectos letales sobre la economía y el empleo. Y cuando aún seguían sus efectos, la pandemia paró el mundo. Todos esos males de las primeras décadas del siglo invocaron lo peor de la política en forma de populismos, nacionalismos, fanatismos, etc. Pero en medio de ese oscurantismo la maldita pandemia nos ha hecho poner todas nuestras esperanzas en la ciencia. Con la misma fe en sus logros que mostró Araceli al recibir, a sus 96 años, la primera vacuna contra la Covid-19 en nuestro país. Cuando la demagogia y la mentira se habían adueñado de la política en el mundo, su contrario, el método científico y su riguroso compromiso con la verdad se revela como lo único verdaderamente real. Hay en el libro El comienzo del infinito, de David Deutsch, una cita en la que el filósofo Jacob Bronwsky afirma que, para alcanzar el éxito en los descubrimientos, el científico tiene que valorar la verdad y las buenas explicaciones y estar abierto a las ideas y al cambio. Deutsch acaba concluyendo que, de esa forma, los valores morales correctos están conectados con las teorías factuales verdaderas, y los valores moralmente erróneos con las teorías falsas.

Lograr sacar adelante la vacuna, en tan solo unos meses, supone un logro científico descomunal. No es un milagro, sino un avance más de la ciencia: una evidencia que debería devolvernos la confianza en la razón ilustrada, tras estos oscuros años bajo el dominio de las fake news, los hechos alternativos, las supersticiones negacionistas, los populismos nacionalistas, etc. etc.

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