El PP ha dejado de ser un partido previsible. La aburrida cadencia a la que nos tenía acostumbrados Rajoy, con sus frases huecas y su actitud distante voló por los aires en el pasado congreso. Y no parece que haya sido una voladura controlada. Los muchos y cariñosos aplausos que el expresidente recibió de sus compañeros de partido parecían significar exactamente lo contrario de lo que a simple vista se podía interpretar; tanta cerrada ovación expresaba el deseo de la mayoría de la militancia por inaugurar una nueva etapa sin tanta burocracia y tanto tecnicismo. Y por eso perdió Sáenz de Santamaría, porque mantenía un discurso romo, cansino y sin garra, muy del gusto de su perpetuo jefe, mientras que Pablo Casado se arriesgaba con un planteamiento agresivo, con aristas y a veces impertinente. Pero en este afán de romper el velo de la monotonía y la prudencia da la impresión de que el congreso se ha pasado al extremo contrario. Porque si bien se mira, el mandato del flamante y joven presidente del PP está lleno de interrogantes.

La primera incógnita a despejar es saber si el agresivo y radical discurso empleado en la campaña va a ser su hoja de ruta o si los días le irán acercando hacia el irresistible atractivo del centro político. Hasta ahora, es evidente que del amplio campo ideológico del centro-derecha, Pablo Casado, despreciando el liberalismo o la democracia-cristiana, ha abrazado con ardor los postulados del conservadurismo más católico y tradicional, con lo que eso supone para la política española y pare el futuro electoral del propio partido.

De todas las incertidumbres que los compromisarios votaron la semana pasada, no es la menor el devenir del camino judicial iniciado en la averiguación de las titulaciones y el máster del recién elegido presidente del PP. Nada se sabe de lo que pueda pasar ni nadie está en la posición de asegurar una cosa o la contraria, pero sí parece un riesgo más allá de lo razonable iniciar un mandato con la angustiosa incertidumbre de saber si un juez decide o no imputarle. No hay que olvidar que por algo prácticamente igual Cifuentes tuvo que abandonar la política. Y en un partido tan cauteloso, previsor y prudente como lo fue el PP mientras mandaba Rajoy, de pronto se ha desatado el gusto por las emociones fuertes y del dominó han pasado directamente a jugar a la ruleta rusa. La ley del péndulo.

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