Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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La risa

La risa, sin ser invitada, se coló en la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias

El acto de entrega de los premios Princesa de Asturias era, necesariamente, un acto serio, solemne, reverencial. Un ceremonial de purificación. Un do ut des. Los que premian doran con la luz de los premiados el lado cutre de su poder, se purifican de sus errores; y los premiados ven reconocida su labor, su excelencia. No hay sitio en un acto así para la risa o para miradas tibias. Sin embargo, la risa, con su enorme poder destructivo de todo lo sublime, se coló en el Teatro Campoamor. No de la mano del chef José Andrés ni de la frase -"sería más fácil con un culín de sidra"- con la que inició su discurso. Tampoco suscitó risas el sermoncico cristiano que Felipe VI nos endilgó a los españoles. Felicitándonos por nuestro buen comportamiento y señalándonos, desde el impoluto púlpito de los Borbones, senderos de virtud y mejora. O si las suscitó, fueron reprimidas por un público muy cortesano. Tampoco se oyeron risas en el teatro cuando el rey, protector y vigilante, se mostraba satisfecho por lo bien que su niña, bachillera emigrante, estaba leyendo el discurso ensayado con su coach. Doña Leonor y doña Sofía, como cualquier adolescente, estarán convencidas, con estos trasteos, de que se lo merecen todo, sin haber hecho todavía nada especial. Tan espercojadas, tan lindas con sus vestiditos de clase media, son -y el rey lo sabe-las que pueden salvar la Institución. Ellas hacen de cortafuegos entre el emérito y Felipe VI. De filtro de los cromosomas malos de los Borbones, y propagandistas de los buenos. Si hubo risas en el teatro, fueron sordas. Las carcajadas resonarían fuera. Pero, aunque la premies, quizá no puedas callar a una mujer de 88 años, Gloria Steinem y con ella llegó la Risa: "He aprendido", leyó, "a reírme de figuras autoritarias, como Hitler y Stalin, que parecían temer mucho que se riesen de ellos y castigaban a quienes lo hicieran. Y, dicho sea de paso, de Donald Trump también. Al dar valor a libertades como la risa espontánea, preservamos la libertad para siempre". Pero, a mis cortas luces, lo que posiblemente obligó a los presentes a hacer un esfuerzo sobrehumano para contener la risa fue el emperifollado vestido de la reina, como de derviche giróvago de luto. Ella desestabilizó una ceremonia blindada para el humor. En aras, se me ocurre, de la alianza de civilizaciones.

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