DURANTE el último verano, la crisis del consumo se notaba solamente en el gasto prescindible: vacaciones más cortas, menos comidas en restaurantes, menos compra de coches, menos adquisición de viviendas y más apartamentos vacíos. La inercia consumista y la propaganda oficial sumaron fuerzas para hacernos creer que aquello era un vendaval pasajero.

Pero, mientras tanto, en las entrañas del sistema iban apareciendo signos inequívocos de que la cosa iba en serio, signos que ahora, en pleno otoño y con la debacle financiera posterior, se han generalizado. La contracción de la demanda de bienes por los españoles corrientes ha dejado atrás lo suntuario y ha alcanzado de lleno a los artículos de primera necesidad. No se escatima sólo en lujos, pequeños o grandes, sino que se mira el ahorro de un euro también en lo básico.

En hipermercados y supermercados los carritos cargados hasta las trancas son ya minoría. Abundan los clientes con la lista de la compra en mano para no llevarse más de lo imprescindible, y aun calculadora en ristre para comparar y no salirse del presupuesto. El 39% de los hogares optan, según un estudio de la OCU, por las "marcas blancas", productos elaborados expresamente para el establecimiento y de coste inferior a las marcas acreditadas. Quizás el símbolo más expresivo de esta austeridad sobrevenida es que el mismísimo Corte Inglés haya lanzado su propia línea de marcas blancas, buscando un público de clases bajas o, sencillamente, de clases obligadas a bajarse del tren del derroche. El mismo estudio calcula que la cesta de la compra habitual de la familia media ha aumentado su precio un 12% en un año. Resumiendo: hay que gastar menos también en alimentación y en el hogar, los dos segmentos que hasta ahora teníamos por intocables. De eso también nos estamos quitando.

Hay quien ya se ha tenido que quitar de casi todo. Los servicios de acogida de Cáritas registraron en el primer semestre del año un incremento del 40% en las demandas de ayuda que reciben y, en la medida en que pueden, atienden. Más de cien mil personas han acudido a esta meritoria institución para que les eche una mano en lo sustancial: alimentos, transporte, alquiler de viviendas, recibos de luz y agua. Los que estaban en situación de vulnerabilidad están pasando directamente a una pobreza que tiene nuevos rostros, desde el parado de mediana edad y escasa cualificación al inmigrante despedido en la construcción, de la mujer sola con cargas familiares a la anciana con pensión contributiva. No les alcanza para acabar el mes. Es una minoría dentro del amplio campo de los damnificados por la crisis. Pero la minoría más indefensa y menos protegida. Excluida.

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