La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Hemos roto, el verano y yo

Será el cambio climático. Esto no es lo que era. Hasta los vencejos caían muertos de sus nidos

Hasta aquí hemos llegado. Rompo mi larga relación con el verano y el calor con los que he formado durante muchos años una pareja feliz. Me divorcio, me anulo. Desgraciadamente se trata de un divorcio o una anulación sin separación que, lejos de liberarme, me obliga a una convivencia no querida, sin amor, esposado, que no desposado, al calor, la calor y las calores como los desgraciados que Von Stroheim dejaba fatalmente unidos en el infernal Valle de la Muerte al final de Avaricia.

Me importa una higa que los días sean largos, aún amando tanto la luz. Abjuro del sol invicto atacando sin piedad las murallas en la Resolana, tras ellas la ciudad vencida, rendida, refugiada en las sombras de las calles estrechas, tan indolente y sensualmente entregada a quien se atreva a pasearla como las mujeres de El baño turco de Ingres. Apostato de mi fascinación por las grandes avenidas desiertas en las que el asfalto espejea y el horizonte parece derretirse, por los herméticos bloques de pisos batidos por el sol como si fueran faros atacados por olas de fuego. Cierro el álbum de mis recuerdos niños de las largas tardes de la Encarnación, silencio absoluto del mercado cerrado, bostezo de los cierres de Casa Sosa y Los Lobitos levantándose a las cinco, habitación con la luz tamizada por la persiana de listones verdes de madera echada por fuera de la barandilla del balcón, novela en la radio, zarzaparrilla, búcaro, abanico, pequeño quejido del ir y venir de la mecedora. Y de los recuerdos de las noches de suave satén, tomates aliñados cubiertos por la minúscula blancura del ajo picado "chiquetito" en los veladores de Los Terceros, pescaito frito en el jardín interior de La Bolera de calle Parra, damas de noche, jazmines y cines de verano.

Se acabó. Todo eso era espectacularmente desolador en las tardes sin fin coreadas por chicharras y dulcemente grato en las noches de largas charlas, veladores, paseos, jazmines, grillos y cines con nevería. Algo ha cambiado. Hasta los vencejos caían muertos de sus nidos. No soy yo quien rompe la pareja en realidad, sino el innatural, tórrido y larguísimo verano del cambio climático que empieza a finales de mayo y termina a finales de octubre, si es que no se mete en noviembre, coleando pegajosamente. Acórtense los días y crézcase la noche por mucho que me entristezca. Hasta aquí hemos llegado. Hemos terminado, el verano y yo.

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