Una ruina

Al final, 300.000 accionistas sin acciones. Y después nos extrañamos de la cantidad de gente que vota a Podemos

El pasado viernes, el editorial del prestigioso e influyente Financial Times felicitaba a las autoridades financieras españolas y europeas -Junta Única de Resolución y FROB, fundamentalmente- por la rapidez y eficacia con la que han logrado vender por un euro el Banco Popular al Santander, justo después de reducir a cero (un eufemismo elegante de expropiar) los derechos económicos de los hasta ese momento accionistas y bonistas del banco vendido.

No deja de sorprender el tono frío, un punto cínico, de tanto analista con cartera de piel y corbata de seda que se pasea por ahí y, con aire displicente, nos larga el archiconocido discurso neoliberal de la solución menos mala y la capacidad de reestructuración financiera del Estado. Pero ¡oiga! que no hace ni un año el banco, con la aquiescencia de todos los reguladores, aprobó una ampliación de capital; que dicha ampliación ha sido suscrita por clientes particulares del banco y pequeños inversores que no tenían necesidad ninguna en invertir allí sus pequeños ahorros; que para colmo a muchos de ellos el banco les dio un préstamo para suscribir y ahora se encuentran con la deuda y sin las acciones…

Uno, que vive bastante alejado de las batallas financieras por desgracia tan presentes los últimos años, tenía al Banco Popular como un referente en la banca española desde su fundación en 1926, como otros muy vinculado de siempre a la mediana industria española y asociado a familias de prestigio en el sector como los Valls-Taberner. Por eso resulta más triste si cabe contemplar ahora la caída a los abismos (la espiral de la muerte, la llaman los especialistas) de instituciones aparentemente sólidas en tan poco tiempo, presa de los desmanes y ambiciones de los últimos años.

En ésta, como en otras tragedias económicas de la hora, confluyen los elementos necesarios para la tormenta perfecta: exposición excesiva del banco al ladrillo, bajos tipos de interés, remuneraciones escandalosas de los directivos cesantes, rumores interesados, creciente debilidad a los ojos hambrientos de los fondos bajistas… lo justo para sucumbir a mayor gloria del capitalismo inhumano y la economía especulativa. Y al final, 300.000 accionistas sin acciones y un montón de puestos de trabajo en el aire. Eso sí, tranquilidad, que al Estado no le ha costado un duro. Y después nos extrañamos de la cantidad de gente que vota a Podemos.

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