Del histórico discurso pronunciado por Pablo Casado en el Congreso de los Diputados son muchas las ideas que merecen ser extraídas, analizadas y debatidas con hondura y sin prejuicios. Una de ellas adquirió forma de interrogante cuando el líder popular preguntó, dirigiéndose sin reparos a Santiago Abascal y a Pablo Iglesias, para qué había servido la nueva política. Se da por buena la lectura histórica que argumenta la llegada de Podemos, Ciudadanos y Vox en virtud de la frustración generada por un modelo bipartidista caduco que se mostraba incapaz de solucionar los problemas de la gente, en el contexto decisivo de la crisis económica de 2008. Aunque no ha llovido demasiado aún, tal vez sí estamos en condiciones de hacer el balance que propone Casado y considerar que, como todo en la vida, las alternativas han traído luces y sombras; pero que, en todo caso, sus recetas no parecen haber sido las más adecuadas, bien por el trazo grueso, los exabruptos y la guerrilla mediática de Vox y Podemos, bien por la torpeza con la que Albert Rivera mandó al garete un proyecto político que sí pudo haber aportado soluciones razonables. Estamos, tal vez, en la era de la segunda frustración, la sobrevenida, más curada de espanto pero por contra, claro, más triste. Eso sí, la pregunta de Pablo Casado cristaliza en Málaga de un modo especial en la figura de Juan Cassá, el hombre que se arrogó en su día la encarnación de la regeneración política municipal, un modelo nuevo para el Ayuntamiento y para la transformación de la ciudad, muy en sintonía con los planes del alcalde, Francisco de la Torre, pero con bastante más ímpetu, incluso, a la hora pedir rascacielos en el Puerto, cities financieras y un centro sin vecinos desde Vialia hasta la Victoria. No mucho después, hablamos de un señor que no puede ser portavoz más que de sí mismo y que gana cada año 93.000 euros por sus cargos en la Diputación y en el Consistorio, a los que se añaden fácilmente 1.500 euros al mes por asistir a plenos, todo por no tener dedicación exclusiva. Y poco más.

Entonces, sí, cabría preguntarse, exactamente, para qué nos ha servido Juan Cassá, qué ha traído que no tuviéramos antes. Asegura el susodicho que lo que cobra se ajusta rigurosamente a la ley, pero Cassá sabe muy bien que las leyes, cambiantes, son una cosa; mientras que la ética, inmutable, es otra. Afirmaba Cicerón que para ser libres nos conviene ser esclavos de las leyes, pero se permitía, también, formular esta advertencia: "Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo". Y así es: no ha tenido que pasar mucho tiempo para que comprobáramos que Juan Cassá no era un político, sino alguien que simulaba serlo. Respecto a la otra pregunta consecuente, qué hacemos ahora, debería ser el alcalde quien se aventurara a dar una respuesta. O a dar por buena la percepción de 500 euros por acudir a un pleno de tres minutos y una comisión. Es decir, por no hacer nada. Igual, quién sabe, merecemos otra cosa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios