LA abrupta salida de Francisco Álvarez -Cascos del Partido Popular, después de 34 años de militancia ocupando cargos muy importantes en el partido y en el Gobierno, es acorde con su personalidad y temperamento. Se ha ido dando un portazo, decepcionado por no haber sido designado candidato popular a la Presidencia de Asturias en las elecciones de mayo próximo y declarándose herido en su dignidad por los ataques que ha recibido de la dirección del PP asturiano, con la que está enfrentado, sin que Mariano Rajoy le haya prestado amparo. Rajoy ha estado dudando, o haciendo como que dudaba, acerca de su nominación, pero al final ha optado por no sacrificar a la organización asturiana, como exigía Álvarez-Cascos, que ha reaccionado con indisimulada soberbia: se da de baja en el PP y, además, amenaza con competir con este partido creando su propia formación política, algo que se parece mucho a una aventura condenada al fracaso. El puro personalismo se ha demostrado un escuálido bagaje para lanzar un partido político. Resulta curioso que exija democracia interna en el PP alguien que no la practicó nunca cuando era su secretario general. Al contrario, Cascos arrasó cualquier disidencia y baronía territorial cuando construyó en los años noventa un PP fuertemente centralizado y jerárquico al servicio del proyecto de José María Aznar. No en vano sus adversarios internos le rebautizaron, en voz baja, como general secretario por sus modos autoritarios de dirigir la organización. Después de ocho años de ostracismo voluntario mientras su partido hacía una dura travesía del desierto, Álvarez Cascos ha pretendido volver por la puerta grande, pidiendo unanimidad en torno a su persona y manos libres para hacer y deshacer en la organización asturiana. Rajoy ha encontrado así la oportunidad de deshacerse del último representante del PP aznarista. Los apoyos que tenía Cascos en diversas instancias del PP se irán diluyendo en la medida en que ahora ya no se trata de respaldar a una figura política sólida en las disputas internas, sino de seguirle en una apuesta arriesgada al margen y en contra de su partido de siempre.

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