Todo es relativo

ÁNGEL RECIO

una suegra de muerte

LAS suegras suelen tener mala fama. Es una cuestión casi cultural porque, a la hora de la verdad, un buen porcentaje de ellas son unas benditas. Que se lo digan a todos aquellos que tienen niños pequeños y se apoyan en los abuelos para hacer la cuadratura del círculo, pues la supuesta apuesta de las empresas y la sociedad en general por la conciliación laboral y familiar sigue siendo una broma de mal gusto. En mi caso, nada que objetar. Tengo una suegra fantástica que, además, cocina muy bien.

Pero no todo el monte es orégano. Que se lo digan a Stephen Woytack. Era una persona anónima hasta que su suegra se interpuso. Y de la peor manera posible. Es un jubilado de 74 años residente en Pensilvania (EEUU) que, según ha publicado la prensa norteamericana, falleció al caerle la lápida de su suegra encima. Sí, tal cual. No se rían que el pobre ha muerto, pero la verdad es que la noticia ha dado la vuelta al mundo y es la comidilla de cualquier oficina que se precie. Woytack, como el yerno abnegado que debió ser, fue a visitar la tumba de su suegra con su mujer. Se agachó a rezar mientras su esposa colgaba una cruz en la lápida. La piedra, de 180 kilos, se desplomó sobre el infeliz y éste perdió la vida prácticamente en el instante ante la mirada atónita de su señora. Desconocemos si la suegra, al fin, descansó, o si ahora estarán los dos en el cielo jugando a la brisca y riéndose de la anécdota. Lo que está claro es que a la viuda le van a quedar pocas ganas de visitar la tumba de su madre. O igual se ha quitado dos problemas de encima, que nunca se sabe.

Visitar cementerios no suele ser un deporte de riesgo, pero Woytack tampoco es el primero que sufre un percance. Se han publicado hasta libros con todo tipo de anécdotas. Desde peleas entre familiares hasta supuestas resurrecciones, con los sepultureros como invitados en actos íntimos a los que a nadie le gusta acudir pero que, antes o después, todos vamos a protagonizar.

Viendo casos como el del jubilado norteamericano la incineración cobra protagonismo. Es una práctica cada vez más habitual porque resulta más barato y tiene menos mantenimiento. Pero también hay que tener cuidado. Recuerdo que un amigo quería verter las cenizas de su suegra en el mar y le pidió a otro amigo que le dejara ir en su barca. El segundo, sin muchas ganas, accedió. Era un día de viento y se pueden imaginar el resto. Las cenizas terminaron en la cara del propietario del barquito. Hay mujeres que dejan huella incluso después de muertas y las suegras parecen tener un don especial para ello.

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