Tiempo Un frente podría traer lluvias a Málaga en los próximos días

Que el tamaño sí importa lo dejó bien claro el otro día el portavoz socialista en el Ayuntamiento y candidato a la Alcaldía, Daniel Pérez, cuando afirmó que convendría rebajar algunos metros la torre proyectada en el Puerto para reducir la magnitud de su impacto. No anduvo a la zaga el alcalde, Francisco de la Torre, quien a pesar de insistir en que él en cosas de tamaños ni entra ni sale, recordó que Aena no había puesto pegas a la altura anunciada (que iba a ser de 135 metros y luego, oh sorpresa, se quedó la cosa en 150; no puedo dejar de imaginar a un jefe de obra informando del asunto con el lápiz en la oreja, es que si alzamos por aquí a escuadra nos sobran quince metros del otro lado) y que eso para él era suficiente. Es decir, el criterio del alcalde no es otro que el límite impuesto por el tráfico aéreo: mientras no haya peligro de que se estrellen los aviones, todo es jauja. En 3001, la novela con la que Arthur C. Clarke concluyó su tetralogía sobre la Odisea del Espacio, el autor imaginó torres altísimas, en realidad túneles, que conectaban los distintos planetas y satélites del Sistema Solar, así que ya me dirán si no hay por ahí arriba campo en el que explayarse: la utopía del siglo XXI corresponde a los señores del ladrillo. La cuestión es que la promotora, lejos de poner pegas a Pérez, ha dicho que vale, que claro, que lo de la reducción de metros puede estudiarse, que no se trata de hacerlo grande por hacerlo grande, que al final lo suyo es ir de buen rollo. Podemos concluir que, bueno, parece que al menos se ha generado un debate sobre una altura a todas luces excesiva (mediación de Icomos incluida) en el que los impulsores de la torre están dispuestos a ceder; pero igual cabe apuntar que no se trata de hablar de metros, sino de la destrucción del patrimonio paisajístico. Y que, en este sentido, lo mismo dan 150 metros que 135 en una torre que no le gusta ni a Antonio Banderas. Menos metros no significan necesariamente menos daño.

De cualquier forma, lo que demuestra este subir y bajar es la soberana y triste pobreza de argumentos con la que se está llevando a cabo el proyecto del hotel del Puerto. Quienes abrazaron la iniciativa sin reparos andan ahora mendigando volúmenes cuando ninguno de ellos ha puesto sobre la mesa criterios paisajísticos, urbanísticos, históricos y memorialísticos (sí, las ciudades también se construyen a base de memoria) para justificar la construcción de la torre: únicamente han cristalizado objetivos económicos y de creación de empleo que tampoco han quedado suficientemente claros. Lo único que sabemos con certeza es lo que contó aquí mi compañero Sebastián Sánchez hace unos días: que el Puerto se embolsaría 63 millones de euros durante el periodo de la concesión y que el Ayuntamiento ingresaría 23,6 millones sólo en concepto de IBI. Un dulce, claro, que exige a cambio un precio que no puede resolverse en unos cuantos metros.

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