Pues hoy me apetece escribir sobre teatro, ya ven, por más que Pedro Sánchez haya convocado elecciones generales, Junqueras se nos ponga sentimental en el juicio al procés y Elon Musk siga empeñado en mandar a gente a Marte. Un servidor considera desde la primera vez que pisó un teatro, allá por los dominios de la infancia, que lo que sucede en un escenario es importante porque, en esencia, no hay manera humana posible de desconectarlo de lo que sucede fuera; a poco que se preste un poco de atención, lo que se descubre sobre las tablas es la misma realidad que nos asalta a diario pero sin fraudes, sin medias tintas, sin disfraces, de manera directa y sin intermediarios que nos indiquen cómo hay que tomarse esto o aquello. O, al menos, así sucede cuando el teatro es bueno: aunque pueda parecer paradójico, y de hecho lo parece, a quienes inventaron esto del teatro les dio por comparecer ante el público con máscaras para desnudar la realidad y proyectarla en su mayor veracidad. La inteligencia humana es tan caprichosa que para conocer algo a fondo, en su esencia primera y su naturaleza más desprovista de accesorios, debe cubrirlo antes, revestirlo, dotarlo, convertirlo en un artefacto; de lo contrario, sólo puede cundir la sospecha de que nos están dando gato por liebre. Casi siempre se traduce la expresión hacer teatro como mentir, pero esta tendencia se debe a una mala interpretación de la mímesis clásica, que, muy al contrario, se caracteriza por su apego a la verdad. Pero perdonen, que me enrollo: todo esto venía a cuento porque el Festival de Teatro de Málaga acaba de clausurar su trigésimo sexta edición y ésta ha resultado ser la de mayor afluencia de toda su historia, con 34.000 espectadores, lo que constituye un 50% más que el registro del año pasado. Así que, ya ven, mientras la ciudad se nos llena de patinetes, a la gente vuelve a gustarle el teatro. Imaginen un crecimiento porcentual así en cualquier museo de la ciudad. Ya estaría The New York Times sacándolo en portada.

Justamente, esto sucede mientras la población local que acude a la mayoría de los museos más importantes de la ciudad se mantiene, o acaso aumenta de manera muy tímida, en los porcentajes minoritarios de siempre frente al gran empuje de la afluencia turística. Cabe subrayar, ante todo, una evidencia: si este año ha ido más gente al Festival de Teatro que el pasado puede tener que ver con una mayor bonanza económica y con que cierta gente a la que le gusta ir no tiene que pensárselo tanto a la hora de comprar sus entradas; pero primero, y ante todo, se debe a que la programación ha sido mucho más atractiva. Entonces, igual cabría plantear si no se ha prestado demasiada atención presupuestaria a los museos, especialmente a los más recientes, más aún cuando la participación privada ha sido la que ha sido, mientras otras expresiones culturales más compartidas por los malagueños habrían merecido más recursos. En todo caso, que siga la función. Queremos más.

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