La tercera Cataluña

El avasallamiento de unos ha despertado la estética de la resistencia como reclamo político de otros

Un sol poble (un solo pueblo) nunca fue una realidad en Cataluña. La pretensión del separatismo de presentar a su sociedad como un colectivo uniforme participando de un único ideal nacionalista ha sido más un recurso dialéctico que el reflejo de una realidad. Siempre fue una ficción esta imagen que pretendía negar la pluralidad real de la sociedad catalana, que nunca se alineó con una sola visión política y siempre tuvo diversas maneras de entender su relación con el resto de España. Y esa innegable pluralidad ahora es aún más evidente.

El riesgo es que a fuerza de provocaciones y enfrentamientos, de una sociedad plural y matizada pasemos a la imagen de una comunidad bipolar, extremada en dos situaciones irreconciliables y opuestas. La espiral de gestos iniciada con colgaduras y lazos de color amarillo como expresión del rechazo al encarcelamiento de líderes secesionistas y su inevitable correlato de grupos de catalanes que pretenden quitar y destruir esos símbolos callejeros abona esa imagen de un conflicto social irreconciliable. Estamos en la situación donde se pretenden magnificar las diferencias, haciendo de la discrepancia un alarde y de las ideas una provocación. No se trata de la pugna por la ocupación política de los espacios públicos, sino de imponer mediante el avasallamiento los criterios de parte sin respeto ni consideración al resto de la sociedad. Y este avasallamiento de unos ha despertado la estética de la resistencia como reclamo político de otros.

Pero la mayor gravedad de este hecho es que comenzamos a olvidar otra parte de la sociedad, la tercera Cataluña, que por encima o al margen de esta última pugna, pretende una Cataluña más dialogante y menos irritada, sin dejarse llevar por extremismos que conducen inevitablemente a la confrontación. Esta Cataluña componedora que no renuncia a la convivencia amable entre los discrepantes no está compuesta por ciudadanos neutrales ni equidistantes, sino por personas con mantienen sus criterios y preferencias firmes, pero que en medio de este encono irreconciliable intentan buscar salidas que no aboquen directamente al enfrentamiento y que promuevan la convivencia entre contrarios. Es cierto que la misión es difícil y a menudo incomprendida, pero la solución al problema del secesionismo solo se encontrará en la medida en que esta tercera Cataluña vaya adquiriendo fuerza y presencia y al final se convierta en el elemento imprescindible para articular una solución.

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