Cualquiera que crea en los derechos humanos, o tan sólo sea compasivo, tiene necesariamente que sentir indignación moral ante las imágenes y las noticias de lo que está sucediendo en Ucrania. Sin embargo, según un sondeo del instituto ruso independiente Levada, el 83% de los ciudadanos de aquel país apoya la gestión de su presidente: la aprobación de Putín, del 63% en 2021, se ha disparado tras invadir Ucrania. Por otra parte, los húngaros han dado su cuarta mayoría consecutiva a Víctor Orban, consolidando su régimen iliberal y sin que la guerra de Ucrania le pase factura; pese a ser el más firme aliado del autócrata ruso en la UE. En circunstancias parecidas, los serbios dieron otra gran mayoría al también iliberal Vucic, otro fiel aliado del Kremlin. Pero tampoco hay que ir más allá del viejo telón de acero, en Francia, la ultraderechista Marie Le Pen, cuya devoción por Putin sólo ha disimulado en las últimas semanas, crece en las encuestas para las presidenciales. Nuestros compatriotas de Vox, socios estratégicos de la internacional iliberal -cuyo santo patrón es Vladimir Putin- recién reunida en Madrid por Santiago Abascal, también crece en las encuestas y se consolida como aliado ineludible para las aspiraciones de gobierno del PP, con C y L como botón de muestra.

Ante este sombrío panorama, me permitirán que recurra, y reivindique, la filosofía que, aunque no nos proporcione consuelo como la religión, sí nos ayuda a entender mejor lo que está pasando: para T. W. Adorno (1903-1969) ya nada era lo que había sido antes de que Hitler se hiciese con el poder. Creía por ello que había que reformular el imperativo moral Kantiano, que defendía que la ley moral habitaba en el corazón de los seres humanos y nos permitía distinguir entre el bien y el mal. Pero según Adorno, después de Awchswitz, habíamos tenido una experiencia tan poderosa y traumática para distinguir el mal en sus muchas formas, que ya nada sabemos del bien.

No es difícil ver el regreso de lo peor del siglo XX en las noticias que nos habla del apoyo popular a quienes perpetran crímenes horribles, como los que vemos estos días en Ucrania, o quienes lo apoyan y tienen al que ha perpetrado la masacre como referente político a imitar. En este sentido, decía el también filósofo Gilles Deleuze, sobre la Alemania de los años treinta del pasado siglo: Hitler no engañó a los alemanes, aquellos alemanes querían nazismo.

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