Mientras escribo estás líneas se instala la capilla ardiente de Alfredo Pérez Rubalcaba. Aunque esperada, la noticia de su muerte no deja de causarnos el dolor de lo irreparable. Como todos los que le conocimos, recuerdo la luz de su inteligencia y su capacidad comunicativa. Mariano Rajoy, uno de sus más destacados adversarios, ha dicho de él: "Ha sido una de las personalidades más importantes de la reciente historia de España y como tal merece ser honrado y reconocido. Fue un hombre de Estado y un adversario digno de respeto y admiración". En un artículo de despedida su amigo Joaquín Almunia le dice: "Nunca pudiste comprender a quienes, carentes de toda visión, trataban de introducir la más mínima cuña entre la defensa de tus ideas y tu patriotismo". Desde luego fue, en el mejor sentido de la palabra, un patriota. Uno de esa generación de políticos que vivió bajo el franquismo y tuvieron la grandeza de entender que transitar de forma pacífica de la dictadura a la plena democracia era una tarea de todos. Y la lucidez de elaborar una Constitución en la que todos tuviésemos cabida. Protagonistas de un periodo excepcional en el que, a pesar de sus sus sombras e inevitables improvisaciones, se escribió una de las mejores páginas de nuestra desventurada historia.

Entendía Alfredo Pérez Rubalcaba que los logros políticos exigían diálogo y acuerdos. Probablemente no sea justo atribuirle todo el mérito del fin de ETA, pero su inteligencia y determinación sí fueron decisivas para certificar la derrota definitiva de la banda. Sus enemigos, sin embargo, le atribuyeron un protagonismo desmedido en lo que ocurrió en la jornada de reflexión de las elecciones que perdió el PP el 15M. Tras la terrible masacre yihadista y lo acontecido en los días siguientes. Una derrota nunca aceptada por la derecha y que derivó en uno de los momentos más negros del periodismo de nuestro país. En su libro sobre el periódico El Mundo, su ex director David Jiménez, recoge las palabras de uno de sus redactores sobre todo aquello: "Quedamos atrapados en una mentira y no importa que en su origen nos la creyésemos. Una vez dentro, no supimos o no quisimos salir de ella". En el vértice de toda aquella insidiosa teoría conspirativa situaron a Alfredo. Pero no es momento de recordar los tiempos sombríos. Se ha ido un gran político, un tipo cabal y todos nos sentimos algo huérfanos. Descansa en paz, compañero.

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