Tras el tirano

Los que no absolverán a Fidel, eso sí que está claro, son las miles de víctimas de su dictadura

Cuando un demócrata comienza a hacer distingos entre dictaduras buenas, dictaduras medianitas y dictaduras malas es que algo falla. Y algo falla también en la ética más honda del sentir democrático cuando al hablar del Fidel Castro se elude la palabra dictador o tirano para refugiarse en el pero, en la neutralidad. Porque no hace falta que pasen doscientos años para saber lo evidente: que Castro traicionó el sueño libertador para poner a un país entero al servicio de su megalómano amor por sí mismo y por la poltrona tiránica. Hombre de ideología difusa, nacionalista en su origen y cuya fe comunista fue un ardid, se erigió en una especie de padretón charlatán, vanidoso y terrible del pueblo cubano para caer finalmente en el mismo bando, el de los crueles dictadores, en el que también milita para la eternidad su íntimo enemigo, Fulgencio Batista. Bando muy nutrido, por desgracia, durante el siglo XX y en el que allí, ya junto a Fidel, forman como titulares desde nuestro terrible Franco a Pinochet pasando por Hitler, Stalin, Pol Pot, Videla, Idi Amin, Mao Zedong, Mobutu y tantísimos otros. La Historia, por ello, no creo que vaya a absolverlo, aunque el mismo Fidel sabía que la Historia no es una verdad sagrada y que dependerá de quién la escriba. Sus palmeros seguro que ya preparan nuevos librascos. Los que no absolverán a Fidel, eso sí que está claro, son las miles de víctimas de la dictadura: el pobre Reinaldo Arenas al que torturaron por homosexual o el pobre Heberto Padilla al que depuraron por disentir. O los menores de edad a los que el Che fusiló. O los miles de presos ideológicos. Y todas esas familias que se han visto forzadas a la separación, al eterno racionamiento, a la falta de esperanzas. Y no digo que EEUU, con sus inhumanas políticas, sea inocente, pero sí tengo claro que los Castro y su cuadrilla tienen honda responsabilidad por tanta sangre, tanto dolor, tanta estúpida doctrina y tanta inutilidad. Lo logrado en cuanto a sanidad, seguridad o educación nunca podrá justificar el abuso del poder de un hombre, Fidel, que primero fue sueño utópico y luego fue la pesadilla. Sólo queda confiar que su muerte elimine obstáculos y, al fin, los cubanos puedan decidir su futuro sin la doble bota del ambicioso vecino y de los Castro pisándole el cuello y jodiéndoles la vida.

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