Nos invaden los bichos, maldita sea. Las ratas por la tierra y las cotorras por el aire. Y para acabar con los plumíferos, los expertos proponen que actuemos a tiro limpio. Nada de venenos ni de métodos anticonceptivos: escopetas con miras telescópicas y pum pum. Una a una, sin piedad. La cuestión es que cotorras invasoras hay como para despacharse a gusto: el censo de 2015 apuntaba a unos 4.500 ejemplares en Málaga, cifra que ya habrá sido ampliamente superada dada la infatigable capacidad reproductora de estas aves. Es decir, si realmente se trata de liquidarlas, no basta con levantar la veda y pedir a los cazadores que hagan su trabajo. Habrá que armar a la población, organizar cursillos acelerados, proveer de cañones y balas a todos los ciudadanos, no dejar títere con cabeza. Es responsabilidad de todos acabar con las cotorras argentinas, así que manos a la obra. Ya que estamos, y dado que el patriotismo vuelve a estar de moda, podríamos aprovechar la coyuntura y darle al asunto un matiz identitario, que nunca viene mal. Algo como nuestra versión local de la Asociación Nacional del Rifle, con la colaboración de las asociaciones de vecinos, las cofradías y los clubes deportivos. Ni un hogar sin su escopeta, ni una cotorra sin su bala. Para convencer a los remilgados, animalistas y demás sietemesinos bastará con recordar que estos infames pajarracos han provocado el exterminio de algunas especies autóctonas, como los gorriones, de los que ya apenas quedan cuatro. Y, bien mirado, tal vez podría aprovechar el alcalde las posibilidades que la empresa ofrece de cara al turismo. Seguro que a todos los guiris que vienen a emborracharse y a plantar sus pies sucios en las sillas de las terrazas para ponerse cómodos les encantaría liarse a tiros en Lagunillas para matar loritos. Cabría montar un safari a lo Parque Jurásico en versión cotorra. No en vano éstas proceden de aquellos dinosaurios gigantescos. Con tal de darle la razón a Darwin, la evolución parece a veces un chiste de Paco Gandía.

Y en cuanto a las ratas, resulta significativo que sea ahora cuando las instituciones y los partidos se líen a discutir si hay muchas o pocas, si son buenas o malas, si podemos tomarnos con ellas un café o en el bar o es mejor echarlas a patadas, cuando llevan ya una buena temporada siendo un problema en los barrios. En San Andrés saben de esto un rato, pero es que en la Victoria ya casi nos hemos acostumbrado a ver sus larguísimos rabos escurriéndose entre los coches aparcados (con el consiguiente regreso de los gatos callejeros que habían desaparecido por obra y gracia de la municipalidad). Los roedores, claro, no distinguen entre contenedores y parques infantiles. Hacen su trabajo merodeador y alevoso y con eso se dan por satisfechos. Lo lógico, en todo caso, sería aplicar la misma política respecto a las cotorras y borrarlos del mapa a tiros. Pum pum. Lo que nos íbamos a divertir. Como en aquel Orán de los años 40 donde Albert Camus ambientó La peste. Por ahí vamos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios