José Antonio Pérez Tapias / José Antonio Pérez Tapias

Entre la tragedia y la farsa Entre la tragedia y la farsa

Buscando razones Buscando razones

01 de agosto 2013 - 01:00

EN el gran teatro del mundo, el guión de la obra sobrepasa a los personajes, incluso cuando algunos inciden en el mismo como inopinados autores. Esa mezcolanza de personajes y autorías da a la trama especial tensión, que se traslada a los espectadores, los cuales, como los españoles de ahora, ven incrementado su estrés con el solapamiento de géneros en el que se ven atrapados. El desgaste emocional del ir y venir desde la tragedia a la farsa, por ejemplo, consume las energías vitales de cualquier sociedad, máxime si entre sus miembros cunde la conciencia de que, siendo un buen pueblo, está lejos de contar con un gobierno decente -paráfrasis del medieval "qué buen vasallo si hubiera buen señor"-.

Sobrecogida, España ha vivido las tristes jornadas del accidente ferroviario ocurrido en Santiago y el posterior duelo por las ocho decenas de víctimas que perdieron la vida. Y con España en el corazón -por decirlo con Neruda-, buena gente de todas las latitudes se han sumado al dolor expandido desde el epicentro gallego. Dolor por la tragedia, que en este caso nada debe a una naturaleza indiferente, y sí mucho a una condición humana irresponsable -el dolor se acrecienta ante un accidente del que a posteriori se dice que podía haberse evitado-. El sinsentido de muchas vidas segadas por una muerte que, como en los relatos tremendistas, esperaba al salir de una curva, en negra alianza con un maquinista imbuido de homicida temeridad, ya no admite reparación intramundana. Pero en verdad dicho sinsentido pesa como losa funeraria sobre una sociedad cuyo poder tecnológico le hace creerse aquello que el mito, hace milenios, expresaba en el demoníaco "seréis como dioses".

Y poco menos que a la vez, sin apenas dar por concluido el luto por la tragedia de Galicia, la sociedad española ha de ver cómo la representación continúa a través de una farsa inaguantable. De reír por no llorar será la actuación del presidente del Gobierno, en sede parlamentaria, para ofrecer sobre el caso Bárcenas unas explicaciones que no lo serán. La ciudadanía española, obligada a moverse entre la tragedia y la farsa, seguirá viendo cómo su democracia se desliza dramáticamente hacia un pozo de miseria. En la distancia entre la tragedia asumida por un pueblo dolorido y la irónica expectación ante la farsa con que ésta es recibida por un pueblo estafado, se abre el abismo al que nuestra sociedad se resiste a caer.

EN el gran teatro del mundo, el guion de la obra sobrepasa a los personajes, incluso cuando algunos inciden en el mismo como inopinados autores. Esa mezcolanza de personajes y autorías da a la trama especial tensión, que se traslada a los espectadores, los cuales, como los españoles de ahora, ven incrementado su estrés con el solapamiento de géneros en el que se ven atrapados. El desgaste emocional del ir y venir desde la tragedia a la farsa, por ejemplo, consume las energías vitales de cualquier sociedad, máxime si entre sus miembros cunde la conciencia de que, siendo un buen pueblo, está lejos de contar con un gobierno decente -paráfrasis del medieval "qué buen vasallo si hubiera buen señor"-.

Sobrecogida, España ha vivido las tristes jornadas del accidente ferroviario ocurrido en Santiago y el posterior duelo por las ocho decenas de víctimas que perdieron la vida. Y con España en el corazón -por decirlo con Neruda-, buena gente de todas las latitudes se han sumado al dolor expandido desde el epicentro gallego. Dolor por la tragedia, que en este caso nada debe a una naturaleza indiferente, y sí mucho a una condición humana irresponsable -el dolor se acrecienta ante un accidente del que a posteriori se dice que podía haberse evitado-. El sinsentido de muchas vidas segadas por una muerte que, como en los relatos tremendistas, esperaba al salir de una curva, en negra alianza con un maquinista imbuido de homicida temeridad, ya no admite reparación intramundana. Pero en verdad dicho sinsentido pesa como losa funeraria sobre una sociedad cuyo poder tecnológico le hace creerse aquello que el mito, hace milenios, expresaba en el demoníaco "seréis como dioses".

Y poco menos que a la vez, sin apenas dar por concluido el luto por la tragedia de Galicia, la sociedad española ha de ver cómo la representación continúa a través de una farsa inaguantable. De reír por no llorar será la actuación del presidente del gobierno, en sede parlamentaria, para ofrecer sobre el caso Bárcenas unas explicaciones que no lo serán. La ciudadanía española, obligada a moverse entre la tragedia y la farsa, seguirá viendo cómo su democracia se desliza dramáticamente hacia un pozo de miseria. En la distancia entre la tragedia asumida por un pueblo dolorido y la irónica expectación ante la farsa con que ésta es recibida por un pueblo estafado, se abre el abismo al que nuestra sociedad se resiste a caer.

stats