En tránsito

eduardo / jordá

F uegos de artificio

LEO que una empresa de pompas fúnebres ofrece una nueva modalidad de entierro -llamémosla así- que consiste en convertir las cenizas de los difuntos en fuegos de artificio. No es la primera iniciativa de esta clase. Hace años ya hubo una empresa que proponía fabricar diamantes con las cenizas de los muertos. Y hasta hubo un presidente del Betis -de cuyo nombre nadie quiere acordarse- que bromeaba en Canal Sur con la historia de un hincha que llevaba al estadio un tetrabrik con las cenizas de su padre, para que éste, pobrecito, pudiera ver también el partido, aunque sólo fuera desde "un cartón de Don Simón".

En el fondo, lo que se nos quiere hacer creer con esta clase de propuestas es que cualquier aspecto de nuestra vida, por doloroso que sea, puede convertirse en un motivo más para organizar un bonito espectáculo. Y aunque la muerte de un ser querido sea un hecho irreparable, que significará para cualquiera de nosotros desposesión y sufrimiento -al menos mientras exista el alma humana-, estas ofertas pretender hacernos creer que en realidad no hay nada irreparable, ya que todo puede acabar siendo una excusa para el entretenimiento y quizá también para la alegría. Y así, poco a poco, cada día surge una razón más para banalizar y degradar los aspectos más íntimos de la existencia.

Somos humanos porque sentimos la muerte de nuestros seres próximos con desgarro y con dolor, y eso es lo que nos diferencia de todos los demás seres vivos. Y somos humanos, además, porque entendemos la muerte como la culminación de un proceso moral. Hace más de tres mil años, los egipcios ya habían imaginado una ceremonia en el más allá en la que se pesaba el alma de los muertos, y donde cada muerto tenía que convencer al Señor de la Verdad de que había hecho el bien: "Señor de la Verdad, no he matado a nadie. No he hecho llorar a nadie. No he dejado que nadie pasase hambre". Y eso mismo es lo que se está esfumando con la idea de que la muerte no es más que un trámite incómodo para organizar un espectáculo. ¿Cuántos personajes importantes de nuestro tiempo podrían superar la ceremonia egipcia del pesaje de las almas? ¿Cuántos mandatarios y magos de las finanzas podrían decir que no habían hecho llorar ni habían hecho pasar hambre a nadie? Pues eso mismo es lo importante de la muerte: la idea de que supone el momento esencial en que nuestras almas van a ser pesadas y vamos a tener que demostrar que hemos sabido hacer el bien. Sin fuegos de artificio, por supuesto. Y sin diamantes.

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