Doble fondo

Roberto Pareja

El último cartucho

INDEPENDENCIA, justicia, ese doble objeto oscuro universal de deseo es un privilegio que sigue reservado para los más fuertes. Dicho en el sentido más banal, el que establece jerarquías y cataduras humanas no en función de valía, actitud, aptitudes o la mejor o peor pasta del individuo, sino de la contante y sonante, buen disfraz para tapar las miserias de la otra, aunque afortunadamente no se le pueden poner puertas al campo en la era de los medios.

Ser (o ir de) bueno es mucho más sencillo (y rentable) que ser justo, más si cabe en un país tan polarizado como el que más, éste, donde el maniqueísmo golea por mucho autobús de argumentos que se ponga en la portería de la equidistancia.

¿Garzón? Si defiendes su inocencia por investigar los crímenes del franquismo puedes ser calificado desde progre de pacotilla hasta rompepatrias por hurgar en heridas que aún no están plenamente restañadas. Si no te conmueve verlo en el banquillo ya te estás quitando como puedas el sambenito de filofascista. ¿Y qué pasa con los que simplemente piensan que es terrible inhabilitar a un juez por atreverse a hacerse eco de las demandas (lo de ir de bueno) de los familiares de las más de 110.000 personas cuyo cadáver yace en alguna cuneta -cifra sólo superada en el mundo por la registrada en Camboya durante la tiranía de Pol Pot- buscandole las vueltas (lo de ser justo) a esa Ley de Amnistía de 1977 que sepultó, valga la redundancia, esos delitos de los criminales franquistas?

¿Camps? Unos dicen que la palabra del jurado popular debe ir, como el atribulado, a misa. Otros se preguntan si estamos ante un veredicto judicial o una broma infumable tras retumbar durante el juicio esos compadreos con los mafiosos que se llevaron siete millones de euros en contratos a dedo de la Generalitat valenciana, ese referente de la solvencia interestelar.

No tenemos remedio. Pero España no es tan diferente como reza el tópico infecto. Esos adalides de la libertad de los Estados Unidos de América digieren como pueden que sus jóvenes encaran un futuro peor que el que tuvieron sus padres y, allí como aquí, el estrambote judicial es el pan nuestro: los grandes mangantes que causaron e inflamaron la crisis que estalló en 2008 en el fuego lento de la codicia (el documental Inside job lo explica de fábula) no sólo se han ido de rositas -ni un gran responsable de la banca, las aseguradoras o los fondos de inversión ha sido imputado- sino que se llenaron los bolsillos a costa de la miseria de otros y ahí siguen, algunos hasta recauchutados con Obama, ese nuevo príncipe de Lampedusa, que cambió algo para que todo siguiera igual.

A los que no tienen ni padrino ni perro que les ladre, a los que no buscan pesebres, a los de la tierra de nadie, les queda la conciencia, un juez insobornable que te puede dar muchas alegrías -la paz con uno mismo es impagable- y que no va de bueno sino de implacable, así que a él podemos encomendarnos para que hiele el alma de esa tropa que se cachondea de jueces y muertos, sin ir más lejos.

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