Esto no va bien

Aún hay gobernantes, que se han hecho ricos nuevos -sólo de dinero-, que nos distraen con otros asuntos

Pocos días hace que se informaba sobre que las cifras del paro -eufemísticamente desempleo- ya superan los cuatro millones de españoles. A esos números, aterradores, hay que sumar los algo más de novecientos mil trabajadores que se encuentran en esa situación denominada ERTE y que, a los efectos, es muy similar al paro laboral. En definitiva -y sin entrar en análisis profundos- en nuestro país hay, realmente, cinco millones de trabajadores que, no sólo no perciben una nómina, como cuando trabajaban, sino que, además y muy a su pesar, no producen nada, ni prestan ningún servicio que complemente los sistemas de producción de los que depende la economía nacional, la riqueza de la nación que, por el contrario, atendiendo a justificadísimas necesidades sociales, ha de subsidiar a ese creciente número de criaturas a los que, el brutal azote del paro, obliga a solicitar esos subsidios que son siempre insuficientes para atender las necesidades reales de esas familias, en las que se vive rabiosamente al día y no han tenido nunca capacidad de ahorro alguno.

También hace muy escasas fechas, entidades como Cáritas -perteneciente a la Iglesia Católica, no se pierda de vista, ni se silencie maliciosamente- hacía un llamamiento a través de todas las parroquias de nuestro país, a las conciencias de los que, aún, la lacra del paro y la necesidad, no nos ha llegado. Cáritas estaba y está tocando fondo. Y como esta organización otras, de las que se llaman, modernamente, "organizaciones no gubernamentales" y cuyos fines son principalmente sociales.

Recuerdo, cuando niño, el reparto de la leche en polvo disuelta en agua, entre otros niños de mi edad o parecida. Recuerdo cómo eran muchos de aquellos rostros de hambre, niños compatriotas míos, con los que compartía banco y pizarra en un colegio, en mi caso -y en el de muchos de ellos, también- perteneciente a alguna organización religiosa de la Iglesia Católica. Y recuerdo ver las colas, no para entrar al cine o al teatro, no, sino sólo para obtener algo de comida para subsistir.

Nunca pensé que las colas del hambre, esas filas que delatan; fuera de cifras y estadísticas; el hambre física y la necesidad real, volvería a verlas. No como efecto residual de una sociedad opulenta, no, sino como fría, cruda, dolorosa, famélica, triste y hasta patética realidad, que debiera parecernos incomprensible e inadmisible en una nación que creemos moderna, poderosa y en la que se disfrutasen, verdaderamente y por todos, los derechos y libertades que dice garantizar la Constitución. Y aún hay gobernantes de la nación, que se han hecho ricos nuevos -sólo de dinero-, que nos distraen con otros asuntos, queriéndonos hacer creer, cínicos y crueles, que "esto" va bien. ¿O no?

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