El prisma

Javier / Gómez

Los vados de la justicia

EN realidad debería reconfortarnos la tranquilidad mental y de espíritu de sus señorías en Málaga. Pocas cosas les alteran el ánimo o les quitan el sueño. Da igual que unos cuantos compañeros hayan puesto por los suelos la credibilidad del gremio, que a un juez lo hayan pillado varias veces cobrando dinero o extorsionando para dictar resoluciones favorables, que otro esté condenado por dejar en libertad a un narcotraficante; que otro tuviera negocios inmobiliarios y recibiera a los acreedores ataviado con la toga como sutil mecanismo de persuasión. Ninguno ha ido, ni seguramente irá, a la cárcel por sus fechorías, ya que lo de las sentencias ejemplarizantes está muy bien para el resto, pero no para los magistrados. Lo dicho, a la clase judicial de esta provincia no le provoca pesadillas el desaguisado urbanístico, el chapapote de la corrupción o la saturación de los juzgados por culpa, principalmente, de unos horarios laborales que nunca se cumplen y que ningún político se atreve a controlar. A la última casta de los intocables, a un colectivo cuyo corporativismo supera con creces el de cualquier otra profesión, incluida la de los periodistas, lo que realmente le enerva es la falta de aparcamientos en la Ciudad de la Justicia. De aparcamientos vigilados y gratis para ellos, faltaría más. Ésa es la preocupación mayor de muchos de los supuestos garantes de que este sistema democrático funcione correctamente. Y así nos va.

En el colegio teníamos un compañero que destacaba por su rectitud. No era el más popular pero sí el más respetado. Si había una pelea se ponía en medio, si veía una injusticia la señalaba sin importarle las consecuencias y no dudaba en luchar frente a cualquier abusón cuando el resto se acobardaba. Su padre era juez y él aspiraba a seguir sus pasos. Habría sido un magistrado excelente. Por suerte para él acabó dejando las oposiciones. Se habría frustrado mucho.

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