Postrimerías

Ignacio F. / Garmendia

El valor de elegir

LA libertad, sagrada palabra, tiene un historial contaminado por mil apropiaciones indebidas, que aconseja precisar los contextos para que se entienda bien lo que se dice o lo que no se dice. Los patricios de la antigua Roma, por ejemplo, viejos zorros educados en el arte de la oratoria, la invocaban para mantener sus fueros seculares, como los de hoy, no menos solemnemente, la usan para preservar sus fortunas declaradas u ocultas de la avidez del populacho. En nombre de la libertad se han librado batallas gloriosas y alcanzado logros admirables, pero también se han cometido matanzas indiscriminadas y abusos y felonías sin cuento. Como todas las grandes palabras, puede designar muchas cosas o ninguna.

En el plano personal, que no deja de ser político, libertad significa aprender a decir "no" y defender el territorio de las imposiciones, pero también saber que no somos islas y que hay que convivir con lo que nos rodea y respetarlo, independientemente de la afinidad o de la conveniencia. Significa plantarse cuando corresponde y transigir si la ocasión lo merece, sin por ello perder autonomía. Comprender las razones del otro y buscar, hasta donde se pueda, un espacio de entendimiento, pero no a costa de renunciar a lo que nos define, unas pocas ideas permanentemente revisables. Tener una visión del mundo lo bastante ancha para no instalarse en certezas definitivas, porque siempre estamos en camino y es preferible recorrerlo sin anteojeras, o para confrontar con generosidad las verdades propias y las ajenas.

A veces se gana, a veces se pierde, pero de cualquier manera debemos avanzar sin lastres ni prejuicios, sin esperanza pero sin miedo. Es más fácil decirlo que ponerlo en práctica y lo primero, digan lo que digan los terapeutas, es tener claro que no somos lo primero. Si faltan flotadores, nadamos hasta donde lleguen las fuerzas -pero empeñándolas todas- o llegado el caso nos hundimos, sin descomponer el gesto. Y cabe entonces bromear o reírse de uno mismo, como hacen los exploradores de los tebeos cuando los cuecen en la marmita. No se nos puede pedir que seamos héroes, ni siquiera, como en la canción de Bowie, sólo por un día, pero sí está a nuestro alcance no comportarnos como villanos. Toda decisión conlleva un coste -de ahí el valor de elegir- y éste nunca es demasiado elevado si no son los demás los que lo pagan.

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